Maestros... de la huelga
Acabado el corto período vacacional (comparado con el que disfrutan el resto de los trabajadores, apenas un suspiro), que es intocable y sagrado en el gremio, los esforzados, solidarios y nada egoístas maestros de Canarias -maestros valientes- retoman su normalidad laboral, que no significa regresar al trabajo en el aula sino volver a la huelga. Ahí, con dos... (sin)razones. La frente erguida y la mano tendida, no al diálogo sino para reclamar la dichosa homologación, un eufemismo que significa sólo más dinero y menos trabajo. Ni zorra idea, sin noticias sobre alguna compensación, un mayor esfuerzo profesional, alguna mejora en la calidad educativa u otras naderías como esa falsa leyenda sobre el alarmante fracaso escolar que se sigue registrando en las islas, curso tras curso, a pesar de que es el territorio europeo donde menos trabaja el maestro, más cobra y menos frutos se ven luego de ese esfuerzo, si lo hubiera o hubiese.
Ya habrás leído en los periódicos en estos primeros días de septiembre que los maestros de marras no vuelven a las escuelas sino a la huelga. Menos mal que ya vas conociendo el percal y has empezado a entender que, al menos por aquí abajo, docencia no es sinónimo de decencia. Mucho menos cuando van en aumento los indecentes que anteponen siempre sus egoístas intereses salariales al teóricamente sacrosanto derecho del alumnado, que parece ser el convidado de piedra en todo este conflicto entre educadores huérfanos de educación y la clase política.
Todos damos por hecho y sobreentendido que en las protestas o reclamaciones laborales, por ejemplo, de los profesionales de la Medicina, se supone que pueden verse afectados o señalados con el dedo los políticos o cualquier concreta autoridad pública de Sanidad. Cualquiera menos los enfermos, que ya tienen bastante con lo que tienen. No vale jugar al chantaje utilizando a los pacientes. Otro tanto de lo mismo cabe o vale decir de la Educación. No es admisible (no debería serlo, para hablar con mayor propiedad) que acaben pagando por las inacabables exigencias de un profesorado mal acostumbrado, mimado y untado por los políticos más frívolos de Canarias (saludos de mi parte para Olarte, qué arte) los que menos culpan deben: los alumnos. Esto que parece tan de lógica elemental no acaban de entenderlo los elementos en conflicto (unos más elementales que otros, puestos a contar verdades). No habría médicos si no existieran enfermos a los que atender. No existirían los maestros (con sus pagas extraordinarias, sus jornadas continuas, sus vacaciones infinitas, sus puentes y sus acueductos) de no existir los alumnos y la teórica necesidad de éstos de aprender de los educadores algo más que las mil formas y maneras de chantajear a toda la sociedad e insultar a los políticos que no les dan todo (sí, todo, sin contrapartidas) lo que piden por esa boquita voraz e insaciable. No se puede (mejor dicho, no se debe) utilizar al débil (el enfermo o el alumno, por seguir con los mismos ejemplos) para chantajear al poder político que no se aviene a una imposición, pues reclamar “homologación sin contrapartidas” no es lo que se entiende precisamente por dialogar. “Homologación porque lo digo yo, y si no me llevo el balón y no juega nadie”. Por si había alguna duda sobre lo que les importa a algunos maestros los alumnos (¿has visto alguna vez a los primeros pidiendo o reclamando algo en beneficio de los segundos?), han quedado perfectamente despejadas en los últimos meses ante los ojos, cada día más atónitos, de toda la sociedad canaria, mientras ésta sufre en carne propia la peor crisis económica que dice ZP y Manuela Armas que no existe (ninguno de los dos la está padeciendo en carne propia).
Menos mal que, dentro de lo malo, los profesionales del chantaje social empiezan a perder definitivamente la simpatía de la prensa, o al menos de los periodistas más responsables, que han dicho que hasta aquí hemos llegado con el relajo pero ni un paso más, y que ya va estando bien de que todos los privilegios les caigan siempre a los mismos privilegiados. Se acabó reírle la gracia que no tiene al sindicalista sin clase que lleva lustros sin dejarse ver por el aula. Nunca es tarde si la dicha llega. Se han ganado a pulso, a golpe de capricho sobre capricho, de pedir el brazo cada vez que se les daba la mano, esa antipatía social que queda reflejada -un suponer- en los foros de los diarios digitales de todo el archipiélago, en donde sólo los que no saben disimular que pertenecen al gremio del yo-mi-me-conmigo defienden lo indefendible e insultan (con esa educación que les falta a los supuestos educadores) a los que no tragan con sus ruedas de molino. Como dicen sabiamente los viejos de islita adentro, sólo una vez se dice que está buena la calabaza, pero a la segunda vez que la catas ya empalaga. (de-leon@ya.com).