No mienta, presidenta
El Cabildo lo preside Manuela pero lo dirige Maquiavelo, que es el que corta el bacalao en la principal y paralizada institución lanzaroteña, como es triste fama y como no ignora ya a estas alturas de la Liga ni el más despistado de la clase ni el más zote del pueblo. Ahora, la presidenta que no se gana -ni de lejos- el goloso sueldo que entre todos le pagamos para que -entre otras cosas- no nos mienta, ha sido pillada en flagrante contradicción, por decirlo suavemente y de la forma más fina y diplomática que se me ocurre a bote pronto, en relación a los incendios de la pasada semana en Zonzamas, que todavía humean. En rueda de prensa nos contó la milonga de la inexistencia de peligro alguna para la salud de las personas humanas -que decía Cantinflas- y otros animalitos, a pesar de lo que estábamos viendo, oliendo y tragando (calima aparte). Luego, el organismo competente tiró por tierra las tranquilizadoras (y falsas) palabras de la presidenta que sigue sin saber por dónde le cae el agua. Es lo que tiene rodearse de supuestos asesores en la materia que no son tales (sólo recolocación partidistas de los “compañeros” que han quedado fuera de las listas y los cargos directos), y por lo tanto y en buena lógica de nada pueden asesorar a la presidenta de la parálisis.
En Estados Unidos y en otros países con alguna tradición democrática, el político que es trincado, cogido o agarrado mintiéndole a quienes le votaron y auparon al cargo sólo tiene dos salidas medianamente airosas: o dimite o lo cesan. O se va o lo echan, dicho en cristiano. El caso más espectacular y recordado, claro, es el de Richard Nixon, el ya fallecido ex presidente republicano que propició el episodio más glorioso del periodismo de investigación (con la ayudita añadida del recientemente fallecido “Garganta Profunda”). El edificio que dio nombre al macro-escándalo político, el Watergate, se ha convertido ahora en una especie de centro turístico de la capital gringa, aunque algunos turistas -como el que firma estas líneas- hemos perdido mucho menos tiempo allí que en cualquier otro de los lugares de interés (casi todos gratuitos, gracias a la Institución Smithoniana) de Washington. Un suponer: el Museo Nacional del Aire y el Espacio, que contiene la mayor colección de aviones y naves espaciales del mundo y parte del extranjero.
Mientras observaba, alelado, el más famoso y fotografiado de todos los cacharros allí presentes (o sea, el módulo del Apollo 11, la primera misión tripulada que llegó a la Luna, teorías conspiranoicas y negativistas aparte, con Armstrong, Collins y Aldrins haciendo historia), le pregunté a alguien si tanto el Apollo 11 como los trajes de los tres astronautas más famosos eran los genuinos, los que verdaderamente protagonizaron el alunizaje allá por 1969:
-¡Claro que son los auténticos, señor! En este país no permitimos que los políticos nos mientan...
Les estoy hablando de octubre de 2000, años antes de la mega-trola de Bush y las “armas de destrucción masiva” nunca vistas en Irak, aunque es verdad que la mentira se la creyeron todos entonces, tirios republicanos y troyanos demócratas, y por eso votaron en masa en el Congreso a favor de la intervención militar, que propició la guerra y los “daños colaterales” que todavía duran.
A su escala, la consciente o inconsciente mentira (me niego a creer que piadosa) de Manuela con respecto al peligro real que supone la constante combustión de elementos peligrosos en Zonzamas, que está echando al aire lo que no está en los escritos, me hace pensar que la mujer no termina de aterrizar bien en el cargo. Es obvio que su designación para encabezar la candidatura fue un regalo (a lo peor envenenado) que le hizo el PSOE para acallar, con su elección, las distintas y enfrentadas “sensibilidades” intramuros del partido. Y el remedio ha terminado siendo peor que la enfermedad, visto lo visto.
Mentiras, Manuela, las justitas... pero ni una más, compañera. (de-leon@ya.com).