Parálisis absoluta

Tanta calma es sospechosa, como el silencio en la selva. Pero es una calma falsa, producto de la parálisis total que consta que existe en las dos principales corporaciones públicas de esta pobre islita rica sin gobierno conocido: Cabildo y Ayuntamiento de Arrecife.

Ya es tan evidente lo obvio, que hasta lo reconocen por las esquinas los propios actores (más pasivos que activos) del total estancamiento institucional. El mismito alcalde de la caos-pital, Enrique Pérez Pachorras, ha terminado reconociendo en público lo que era un secreto a voces. La presidenta cabildicia, por su parte, ni está ni se la espera. Lleva desaparecida en combate desde que se inició el actual y espectral mandato. Mejor callada antes de que se descubra que no tiene voz propia sino vicaria, mero eco de otro eco que recibe las órdenes de comer y callar.

No hará falta que me lo vuelvas a jurar: ya sé que a ti también te avergüenza la situación. Y tú, que nunca has votado a ninguno de estos administradores de la rutina, y que a veces ni siquiera has votado a nadie porque te tienes por abstencionista activo y consciente (consciente de que en ocasiones no se puede votar a nadie si no hay nadie a quien votar), te preguntas qué culpa puedes tener de esta situación que no has creado. Pero no está tan claro que no la tengas. Insisto en recordarte que si te callas tienes, como mínimo o como poco, una parte alícuota de culpa. Si te inhibes ante el escándalo mayúsculo de la total inacción institucional, eres un ratito culpable.

Ya sé también que sigues sintiendo vergüenza, justo la que les falta a los principales culpables del estancado esperpento. Y no hace falta que me lo jures cuando te encuentro por la calle y me lo dices, con la cabeza agachada y tan avergonzado como yo. Todos lo sabemos, o al menos lo intuimos, aunque casi nadie lo cuente. Pero también a los demás hay que entenderlos: tienen familia y bocas que alimentar. Aunque miren para otro lado, hay que ser comprensivos y compasivos con ellos.

A veces me confundes con el oráculo que no represento, porque malamente alcanzo a representarme a mí mismo, y me preguntas si hemos de perdonar también a los que encima apoyan, mediática o mediocremente, a los principales culpables de esta vergüenza política. Te interrogas cuánto tiempo va a durar esta humillación pública a todos los lanzaroteños, incluidos a los que votan a los que merecen ser botados al barranco.

Es verdad que ahora, un año después de iniciarse la nada elevada al cubo (de la basura), la situación ya empieza a ser un puntito más que insoportable. Y, sin embargo, parecen ajenos a la misma, paradójicamente, sus propios protagonistas. Los pocos que tenían algo de vergüenza torera se han mandado a mudar más pronto que tarde. Eran, curiosa o casualmente, los recién llegados al lodazal de la política insular. A los otros, a los que les da lo mismo ocho que ochenta porque se han acostumbrado a vivir del cuento y a no hacer caso ni de las quejas de sus propios votantes, les hemos escuchado decir incluso que lamentan la situación o el actual estado de cosas... pero ni uno de ellos se pone en su casa. La vergüenza, si la hubiera o hubiese, no les llega a tanto. (de-leon@ya.com).