Polanco y los Polifemos

Muere el hombre más poderoso de España (no era exactamente la primera fortuna a día de hoy, pero el poder no sólo es dinero), lees los ditirambos de polanquitos como Juanito Cruz (el tinerfeño que parece ejercer como pelota oficial o de guardia del Imperio Prisa, que tiene la misma voz que la pepona Normal Duval y a quien la malvada Carmen Rigalt siempre define como “el chisgarabís canario”), y te asoma antes la carcajada que la lágrima. Pido perdón a los deudos del rebautizado como don Jesús del Gran Poder (mediático), pero es que no puedo evitarlo. Igual los que sólo leen El País (desgraciadamente, millones de Polifemos que sólo miran por ese ojo) se pueden tragar las mil y una hagiografías del señor Polanco, pero a los que tenemos por sana aunque costosa costumbre abrir algo más el punto de mira y ampliar el campo de visión como lectores no nos venden esa burra tuerta ni disfrazándola de caballo protodemocrático y tal y cual. A otro perro más manso con ese hueso.

La edición impresa, tradicional o de papel de El País le dedicó a la lamentable pérdida de su patrón más paginas (contadas con estos mismos dedos que aporrean ahora el teclado) que a la muerte del Papa Juan Pablo II. Igual es lo lógico, teniendo en cuenta que el periódico se declara poco amigo de la Iglesia (la de Roma, se sobreentiende). Todos los columnistas de guardia, los periodistas a sueldo que ejercen de soldados seguidores del Gran Timonel, los autores protegidos por el dueño de las mil y una editoriales y demás miembros de la gran, selecta y selectiva capilla mediática han ido dejando escritas en las últimas horas sus adulonerías, sus exageraciones, sus medias verdades y sus descaradas mentiras sobre el antiguo convicto y confeso de Falange Española al que ahora quieren enterrar como si hubiese sido el único santo y seña de actual democracia (te la regalo, que yo tampoco la quiero). Esto de las necrológicas es un género muy dado a la postrera exaltación y exageración, como es triste fama. Si además la cultivan los más pelotas del lugar, ni les cuento. Una cosa es no morder la mano que te da de comer y otra es pretender vender -un suponer- como blanco inmaculado lo que salta a la vista que es negro oscurísimo.

Mucho más atinados y objetivos se me antojan los obituarios que le dedican a Polanco en El Mundo (que le regaló este domingo un Editorial bastante elegante y nada combativo a su principal competidor, por cierto) algunos columnistas que también trabajaron con don Jesús, como Víctor de la Serna o Martín Prieto, que recuerdan cómo el pequeño/gran hombre (de estatura similar a Napoleón, Hitler, Franco y por ahí) sirvió, antes que a la democracia como insisten sus parciales hagiógrafos, a otra causa menos noble: la dictadura franquista. Son hechos, no opiniones.

Después está la vanidad, a la que casi nadie escapa. ¿Han visto el baile que sigue protagonizando el primer apellido del “pobre” fallecido? No se aclaran ni en el mismo Imperio Mediático: para unos es Jesús Polanco, a secas (léase la columna fúnebre del primer director de EL País y actual académico impuesto por la fuerza del dinero, Juan Luis Cebrián), y para otros es Jesús de Polanco, con ese “de” que parece que da más pisto o más porte al que lo porta en su nombre. Lo más curioso es que los mismos que lo escriben así, luego hurtan idéntico tratamiento o fórmula a sus hijos e hija. Ocurre algo similar en Lanzarote con la actual presidenta cabildicia, que pese a tener un hermano al que todos llaman Cándido Armas (Chacón para los amigos y demás personas piadosas), muchos se empeñan en llamarla a ella Manuela de Armas. Misterios. Pero hay otros con respecto a Polanco. Por ejemplo, en las esquelas del buque insignia del finado, el laico y aconfesional diario El País (que sólo cree en el Dios socialdemócrata al que llaman liberal, o a la inversa), no aparece la cruz católica. En las mismas esquelas publicadas en el principal periódico de la competencia, El Mundo, sí figura la tradicional cruz cristiana. El que lo entienda, que lo compre, como al famoso asno del cuento.

Personalmente, estoy en tablas con Polanco: he comprado El País desde sus primeros números y he sido cliente de Canal Plus (ahora Digital+) desde sus inicios hasta hoy. Siempre he pagado gustosamente la multa mensual, porque verdad es también que la única y poca televisión que veo es la de esa plataforma, y aunque el periódico “independiente de la mañana” ha caído en picado en lo tocante a la mínima vergüenza torera, algunos de sus articulistas (excepto anglimemos como la Torres o el Cueto, o plastas como la Almudena Grandes) se merecen la atención lectora.

El domingo enterraban en Madrid a nuestro particular “Ciudadano Kane” español. No somos nadie. Ni siquiera algunos que se supone que sí son alguien. (de-leon@ya.com).