Santa Acampada
Lo del turismo sostenible es un mito moderno. Una media verdad; la peor de las mentiras. El turista, por definición, es un bárbaro que, como el caballo de Atila, arrasa con todo allá por donde pasa, así llegue solo o en manada, detrás del guía o con el todo incluido. Otra cosa es el viajero, que es espécimen en evidente peligro de extinción, como es triste fama. Lo del turismo sostenible, en efecto, es un imposible. Una contradicción en los términos, como apuntábamos ayer tirando del latinajo (“contradictio in terminis”). Pero hay gente que prefiere autoengañarse con ese palabro socialmente correcto y tranquilizador. Allá el avestruz con su táctica.
Si encima hablamos de turismo sostenible en Lanzarote, el sarcasmo es todavía mayor. La ironía es absoluta. El cinismo es total. ¿Cómo va a ser sostenible el turismo de una isla que no se sostiene por ninguna parte? ¿Qué hay todavía salvable en la falsa política de la contención urbanística que no ha sido capaz de contener nada? ¿Por qué Cabildo y ayuntamientos no paran las obras de los mega-super-hoteles y por ahí cuando todavía se está a tiempo de atajar la otra política de los hechos consumados? Una vez consumado el mal, pleitos tengas y los ganes (y hay gente que lo gana muy bien con esos pleitos, a fe mía).
¿Cómo va a ser sostenible ni reserva mundial de nada una pobre islita rica sin gobierno conocido que permite, año tras año y por poner sólo un mal ejemplo, el relajo de las injustificadas acampadas masivas en Semana Santa y durante todo el verano? En hablando de Semana Santa, no falla: llegan las fechas menos cristianas del año y vuelve la matraca anual de las acampadas de marras (“camping” en inglés o en el infraidioma de los papanatas que van de políglotas pelín papafritas). Antes nos daban la vara y la tabarra semanasantera los curas. Ahora dan la matraca los cara-vanistas y demás fauna fosilizada que no se ha enterado aún en qué tiempo vive y en qué minúscula islita reside.
Aprovechando la efeméride religiosa y cristiana, que estuvo a puntito de cargarse el cabronazo de Pilatos, como dicen los más guasones en Andalucía, confieso que nunca entenderé, por más años que viva, qué hace un conejero del tercer milenio, siglo XXI, año 2008, acampado varios días o semanas frente a la playa. Siempre recuerdo en este punto que el isleño que menos tiene aparca dos coches frente a su casa, o dentro, si posee garaje propio, y lo más lejos que puede estar un lanzaroteño en su isla de la playa más cercana son diez o quince kilómetros, a todo meter. Puede prescindir incluso del coche y ejercer el sano ejercicio de caminar, que es el secreto de la longevidad, como saben los más viejos del lugar: “Poco plato y mucho zapato”. En los continentes, en la Península española y por ahí se puede entender la afición por la acampada playera, pero en esta cagadita de mosca “en el napa” -que diría Pepe Monagas- que es Marbella (Lanzarote, quise decir) no tiene explicación lógica, salvo la de la pura novelería y el mimetismo muy propio de primates. Después, pasada la Semana Santa, los más hipócritas del lugar se llevarán luego las manos a la cabeza ante la evidente y apestosa suciedad de las playas o zonas de acampadas.
Esto no es Australia, caballero. Déjate de caravanas con la puta tele incorporada y llévate a la playa sólo el libro que ahora sí vas a tener tiempo para leer. La lectura siempre es mano de santo (nunca mejor dicho en estas santificadas fechas) contra tanta babiecada y tanta supuesta corrección política. Te iba a sugerir algunos títulos, pero sobre gustos ya hay demasiado escrito. Aparca la caravana contaminante que se carga la costa por la cara de cuatro cafres. Hasta el peor de los libros te puede llevar mucho más lejos que la mejor y más cómoda de las caravanas. Acampa en sus páginas. Feliz Semana Santa, de parte de uno que no cree en ella pero sí en la utilidad que se le puede sacar a la misma. Vaya con Dios, cristiano. (de-leon@ya.com).