Un porrito ahí, colega
Informaba este martes ABC, en reportaje firmado por su redactora Erena Calvo, que tiene muy buenos contactos en el seno de la Guardia Civil, que las aduanas en Fuerteventura y Lanzarote son auténticos coladeros de drogas, “por sus raquíticos controles”. Fuentes del propio Instituto Armado dicen que sólo hay que preguntarse por qué encuentran guardias de Gran Canaria droga que no se ha detectado en Fuerteventura o Lanzarote”. La explicación a ese aparente misterio tiene que ver con el número de guardias dedicados a esos menesteres (20 en Fuerteventura, 16 en Lanzarote), así como a la inexperiencia de la mayoría de ellos, que están casi todos recién llegados al puesto y suelen durar en el mismo lo que un caramelo en la puerta de un colegio. Lo cierto es que en ambas islas orientales, a pesar de ser dos puntos calientes en el tráfico de drogas, los medios para controlar o atajar este tráfico criminal son mucho más escasos. Son palabras de la propia Guardia Civil, que es de suponer que habla con sobrado conocimiento de causa al respecto.
Para mal de males, se sabe que el hachís -un suponer- entra por Lanzarote y desde aquí se distribuye al resto de Canarias. El miércoles de la pasada semana se intervenía una lancha con esa droga en esta pobre islita rica sin gobierno conocido. Las fuentes policiales que maneja Erena afirman que “las mafias están instaladas en Lanzarote, y una vez tienen la mercancía, primero la ocultan y luego la transportan en vehículos por el Muelle de Playa Blanca hasta Fuerteventura. De allí, la mueven en algún barco de pasajeros hasta Gran Canaria, donde se distribuye parte de la misma y la restante va por ferry hasta Tenerife. El origen de los cargamentos suelen ser las playas de Tan Tan y Cabo Juby, desde donde parten zodiacs con un motor 45 c.v. que pueden cargar hasta una tonelada. Llevan la gasolina en la proa, los fardos en medio para estabilizar la lancha y los porteadores van en la popa junto al motor”. Sobre el escaso control policial que se hace a los coches en el Muelle de Playa Blanca sabemos de sobra todos los que nos damos periódicos saltos hasta Corralero y podemos meter en el portabultos a nuestra suegra -si la hubiera o hubiese- sin que nadie repare en ella. Claro que mientras sólo sea droga lo que se puede colar por ahí... No digo más, para no dar (malas) ideas.
Conociendo todo esto, no sé a qué viene sorprenderse después por el altísimo número de drogadictos del que dicen que “goza” Lanzarote, así sean lugareños como fuereños, naturales o extraños, conejeros o conejillos de indias de allende los mares. Ni tiene sentido que los políticos más hipócritas se molesten cuando vienen periodistas de la península o del extranjero a grabar programas televisivos mostrando esa amarga realidad insular que tampoco conviene esconder debajo de la alfombra. Hace ahora justo un año se armó por aquí abajo tamaña y tremenda polvareda por algunos de esos reportajes emitidos en Televisión Española y Cuatro (hablo de memoria, puesto que no veo la tele ni por prescripción facultativa, al menos los canales convencionales y en horarios de máxima audiencia, que coincide con mi horario de máxima disidencia catódica). No entro ni salgo en la calidad de aquellos reportajes, aunque sí me consta que en el de Cuatro se mintió cuando se dijo que no se les había pagado nada a los drogadictos que permitieron que se les grabaran sus andanzas y sus formas y maneras de suicidarse a corto plazo. Claro que no se les pagó un duro (principalmente porque ya no están en circulación), pero sí algunos euros: no menos de cuarenta, pero tampoco más de cincuenta. Total, una miseria económica para filmar la miseria humana. Lo reconocieron posteriormente al menos dos de los protagonistas del documental, que no sé si siguen vivos para poder contarlo/recordarlo a día de hoy. Era fácilmente imaginable lo del cobro, pues de otra manera no hubieran conseguido los reporteros que los excluidos sociales allí retratados, todos de procedencia peninsular, permitieran que se les grabase en plena faena autodestructiva para que luego sus familiares más directos y sus paisanos de Galicia y de por ahí arriba pudieran ser testigos de su fracaso vital.
En un número de aquella época de la revista El Jueves (que si no existiera habría que inventarla, como El Agitador por aquí abajo), se le dedicó entonces un comentario al reportaje en cuestión: “Callejeros recorre el submundo de la drogadicción en Arrecife. Entre otros testimonios, escuchamos a sor Ana, una mujer entregada a proporcionar cobijo, higiene y comida caliente a los que viven en la calle. Ella dice que legalizaría la droga para acabar con el negocio. Señores que mandan: lo ha dicho una monja, a mí no me miren...” Pero el peliagudo asunto de la legalización del narcotráfico ya es otra historia, y otro debate demasiado profundo como para tratarlo en las últimas líneas de una simple columna de opinión. En cualquier caso, algo demasiado serio como para dejarlo sólo en manos de políticos. (de-leon@ya.com).