Un tipo como él
Una sufrida visitante de esta columna digital, conocedora de mis debilidades lectoras, me acaba de regalar un librito (el diminutivo tiene que ver con el reducido número de páginas, porque si hablamos de la calidad de las mismas habría que colocar un aumentativo) que escribió hace ya algunas décadas el gran Luis Carandell, uno de esos raros tipos que aunque se lo propusiera nunca podía caer mal a nadie porque llevaba el sol dentro y todo lo que pensaba, hacía o decía nos resultaba cálido. Algunos años después de su muerte, no sé si todavía se siguen fabricando personas así. No lo tengo comprobado.
Al Luis Carandell de risa contagiosa, que ya gastaba figura, porte y barba quijotesca, tuve la suerte de conocerlo y escucharlo en persona en no pocas ocasiones en Barcelona. Yo, que no voy a una conferencia ni amarrado ni por prescripción facultativa, como saben de sobra los que todavía tienen la paciencia de invitarme a ellas, no me perdía por nada del mundo una suya, allá cuando la mili y luego cuando la moda de Barcelona (Juegos Olímpicos y por ahí).
Carandell fue un periodista y un escritor ciertamente extraordinario. No es una simple frase hecha. Es que, verdaderamente, se salía de lo ordinario. Allá por 1998 estuvo dando una conferencia en Lanzarote este cronista perteneciente a una estirpe en extinción, capaz de escribir sobre casi todo y hacerlo casi siempre mejor que bien. Creo que fue la última vez que me tragué una conferencia en esta pobre islita rica sin gobierno conocido, salvo involuntario error u omisión por mi parte.
A los tipos como él, antiguamente, se les llamaba caballeros, y no sólo por su comportamiento noble y su hombría de bien, sino incluso por su porte. Alguien dijo que la elegancia está en los huesos, en el esqueleto, más que en la ropa, y que el que nace elegante lo parece incluso cuando anda mal vestido, porque lo del traje, al fin y al cabo, sólo es un camelo de modistas y otros cuentistas.
Luis Carandell ejerció de cronista parlamentario, corresponsal en distintos y distantes países, presentador del Telediario (allá cuando la tele apestaba muchísimo menos que ahora), conferenciante ameno -como queda dicho- y magnífico contertulio en emisoras de radio. La prensa actual, como es triste fama, no pasa por sus mejores momentos. Baste decir que la que más atención concita es la denominada prensa amarilla o del corazón. No les digo más. Pero hubo una época en la que los periodistas eran gente muy respetada, quizá porque se hacían respetar con su propio trabajo y trayectoria, como fue el caso de Carandell.
Se me acumulan y amontonan los libros en casa, pero no dejaré a medio leer este librito de Carandell que esconde un librazo. Gracias, Mª J.S. (de-leon@ya.com).