Un tipo como Luis

El periodista Gonzalo López Alba, de ABC, recibía la pasada semana el premio Luis Carandell como mejor cronista parlamentario. Un galardón, a mi modesto entender, sobradamente merecido. Las crónicas parlamentarias de López Alba son casi las únicas que leo de entre todas las de la prensa nacional que abordan lo relacionado con el Congreso y el Senado, donde se tratan habitualmente asuntos de por sí asaz aburridos, sobre todo ahora que ya apenas quedan grandes oradores como antaño, y ejerce de presidente del Gobierno el que peor habla de todos. Ahí, en ese terreno abonado para el hastío, es donde el periodista de raza, el cronista con chispa y talento, se ha de destacar sobre los rutinarios “perioloristas” del montón, que son mayoría, como es triste fama.

Durante el acto de la entrega de premios, alguien dijo con mucho acierto que “el buen periodismo es tan extremadamente difícil como sencillo es perpetrar el mal periodismo”. Una verdad como una catedral que no admite duda ni discusión, para mi gusto.

Luis Carandell, extraordinario escritor y asimismo cronista parlamentario en cuya memoria se han instituido los citados galardones, moría hace apenas unos años. Allá por 1998 estuvo dando una conferencia en Lanzarote este periodista perteneciente a una estirpe en extinción (tan en extinción, que hasta él se nos ha ido), capaz de escribir sobre casi todo y hacerlo casi siempre mejor que bien. Y encima derrochando, en todo momento, lugar y circunstancia, un buen humor contagioso. A los tipos como él, antiguamente, se les llamaba caballeros. No sólo por su comportamiento noble y su hombría de bien, que se decía allá cuando, sino incluso por su porte. Alguien dijo que la elegancia está en los huesos, en el esqueleto, más que en la ropa, y que el que nace elegante lo parece incluso cuando anda mal vestido, porque lo del traje, al fin y al cabo, sólo es un camelo de modistas y otros cuentistas (con perdón por la rima).

El gran Carandell había tocado casi todos los palos del oficio a lo largo y ancho de su vida: cronista parlamentario -como queda dicho-, corresponsal en distintos y distantes países, presentador del “Telediario” (y hombre cultísimo a pesar de ello; hoy los noticieros que nos desinforman son sólo cosa de niñatos pazguatos o chinijas chuecas que repiten las mismas naderías, frases hechas e innecesarios anglicismos hasta el agotamiento), ameno conferenciante y magnífico contertulio en programas de una radio y una televisión que ya no se hacen, porque ahora somos muy modernos y manda la moda de los memos.

No es ningún secreto: la prensa actual no pasa por sus mejores momentos. Baste caer en la cuenta de que la que más atención concita es la denominada prensa amarilla, del corazón o del vómito impreso. Pero hubo una época en la que los periodistas eran gente muy respetada. Luis Carandell fue uno de los que más respeto y admiración se supo ganar a pulso allá por donde quiera que se le vio, escuchó o leyó. Ya apenas se fabrican tipos así. (de-leon@ya.com).