Un viejo que escribe (I)
A mediados de noviembre del año pasado, el cartero me dejaba en el buzón la habitual y atenta invitación de la Fundación César Manrique para lo de la inauguración de una muestra multimedia sobre el hombre y la obra de José Saramago, que cumplía 85 años en el penúltimo mes de 2007. No asistí al acto oficial, pero no cabe cuestionar el acierto de la idea, sobre la que me han contado maravillas casi todos los que se han dejado caer por la FCM. Todo tributo que se le rinda en esta pobre islita rica al ya declarado Hijo Adoptivo de Lanzarote me parecerá siempre tan merecido como corto. No lo digo a toro y Nobel pasado, sino que lo vengo escribiendo desde cuando Saramago sólo era para la mayoría de los lanzaroteños, y de no pocos paisanos de Portugal, un viejo que escribe. Ahora retoma la escritura, después de los últimos achaques y su estancia hospitalaria.
Cuando el portugués apenas llevaba entonces unos meses en Lanzarote, en esta misma columna estuve a punto de cansar a lectores y compañeros con mi particular matraquilla, iniciada un 10 de diciembre de 1994, con la que me puse algo más que pesado ante la aparente indiferencia con la que desde las instituciones públicas se saludaba la estancia en la isla de uno de los autores principales de la literatura actual. Tres años después, y aunque en ello nada tuvo que ver mi esquinada traquina impresa, Saramago era nombrado oficialmente, en tardía pero siempre en buena hora, Hijo Adoptivo de Lanzarote, en un acto oficial al que no me invitó con buen tino y acierto el entonces consejero de Cultura de la época, de cuyo nombre sí que me acuerdo aunque no quiera. Y sólo unos meses más tarde recibía el Premio Nobel. Nunca es tarde si la dicha llega. De la siguiente guisa empezamos a dar la lata impresa por aquí abajo, hace ahora justo 13 años:
“No sé si la labor de promoción turística que hace el Patronato o Consejería de Turismo del Cabildo Lanzarote es buena o mala, mucha o poca, provechosa o inútil, inteligente o burda. Ni lo sé ni me importa, valgan verdades. Los pitos, flautas y demás ruido u orgías que se puedan montar en las ferias internacionales de turismo nunca me han dicho nada, en tanto que a las escandaleras, como a las modas o a cualquier otro carnaval, jamás les presté atención. Desconozco, incluso, los índices de afluencia turística a la isla. De último, sólo sé y veo que siempre que aparece una entrevista con Saramago en cualquier diario o revista nacional, aparece también, a su lado y como si fuera una misma cosa, el nombre de Lanzarote. Y además de forma continua e insistente. Otro tanto se puede decir de las principales cadenas de televisión y emisoras de radio del país. Hasta en la sopa tenemos ya al escritor portugués y a esta isla pegadita a él como su propia sombra, como si fueran o formasen un ente indivisible. Y no creo que se haya visto antes mejor publicidad para una isla que vive, pende y depende económicamente de su promoción en el exterior. De su buena promoción, se sobreentiende. Como soy muy bruto, tampoco sé si a la isla le conviene un turismo de alpargata u otro de alto poder adquisitivo, que lo llaman. Es probable que los ricos tengan más derecho y obligación de conocer mundo que los pobres. Por eso viajamos tanto los conejeros últimamente: por nuestro complejo de nuevos ricos, puesto que ya no salimos de la isla a buscar trabajo como en otros tiempos más amargos, sino a descargarnos un poco del que tenemos aquí. Pero, si se pudiera elegir el turismo que nos ha de visitar, yo escogería, entre un turista pobre y un turista rico, a un lector de Saramago, independientemente de la anchura de su bolsillo. Como además soy muy de campo, creo -probablemente de forma equivocada- que el auténtico turismo de calidad está en la mismita calidad de las personas, antes que en la cantidad de dinero o de poder que hayan amasado sabe Dios dónde y cómo”. [Continuará] (de-leon@ya.com).