Un viejo que escribe (y II)

Decíamos ayer (es decir, en la primera parte de este artículo dedicado a uno de los más ilustres e ilustrados vecinos actuales de esta pobre islita rica sin gobierno conocido que navega proa al marisco, como es triste fama) que no hablamos a toro ni a Nobel pasado, sino que lo venimos escribiendo tal que así como continúa desde cuando José Saramago sólo era para la mayoría de los lanzaroteños, y para no pocos paisanos de Portugal (y nada digamos de la ágrafa clase política local), un viejo que escribe. Ahora que retoma la escritura, después de los últimos achaques y su estancia hospitalaria, nos reiteramos en la misma opinión expresada repetidamente en esta columna desde hace ya lustros:

“Gracias al otro destierro -forzoso en aquella ocasión- de Miguel de Unamuno, el nombre de la hermana y vecina isla de Fuerteventura quedó escrito/inscrito con las mejores y más grandes letras en el universo de la Literatura. Unamuno escribió “De Fuerteventura a París”, y Saramago acaba de publicar en Portugal “Cuadernos de Lanzarote” (otra vez el nombre de nuestra isla unido a él, inserto en el mismísimo título de la obra). Meses atrás, cuando se barajó como uno de los más serios candidatos para obtener el más renombrado de todos los Premios Nobel que se conceden, el de Literatura, el otro nombre de Lanzarote recorrió las redacciones de los medios informativos de todo el planeta. Y ello a pesar de que en Lanzarote, precisamente, apenas le prestamos atención a su figura, entretenidos como andamos casi siempre con los pazguatos jaleos políticos.

Me niego a pensar que podamos llegar a ser tan mezquinos, tan ciegos y tan toletes. Me resisto a creer que los lanzaroteños podamos ser tan desagradecidos con un hombre que, casi en silencio y sin pedir nada a cambio (y al que más le va a molestar un torpe artículo como éste), está haciendo la más digna, valiosa y desinteresada promoción internacional de Lanzarote. Y justo por eso, porque me resisto a creer tanta malcriadez junta, me imagino que a algún concienzudo consejero de la primera y principal Corporación lanzaroteña ya se le habrá ocurrido la idea de buscar un hueco en su apretadísima agenda cabildicia para tener al menos un detallito o hacerle un mínimo reconocimiento verbal u oficial a un hombre que no necesita de reconocimiento político alguno”.

Finalmente, el Cabildo Insular acabó designando oficialmente como Hijo Predilecto de Lanzarote a José Saramago casi unos minutos antes de que el autor obtuviese el Premio Nobel. De haberse demorado un poco más ese justo nombramiento, el mismo ya hubiera o hubiese llegado demasiado tarde y habría estado de más, oliendo a oportunismo a destiempo y ridículo institucional (total, otro más). Como razonó Gabriel García Márquez, con la lógica aplastante del maestro literario de lo ilógico, una vez que se alcanza el Nobel no tiene sentido recibir ni aceptar más galardones. (de-leon@ya.com).