Vuelo Barcelona-Lanzarote
Mediodía del domingo, 9 de diciembre de 2007. Aeropuerto El Prat, en Barcelona. Sala M-2, puerta 24. Vuelo de la compañía Air Europa Barcelona-Lanzarote. Apenas un centenar de viajeros. Entre ellos, el alcalde socialista de Arrecife, Enrique Pérez Parrilla, acompañado de su familia. En otro lado y a otra bola, el teniente de alcalde del mismo Ayuntamiento capitalino, el insularista Antonio Hernández (Antón para los amigos y demás personas piadosas), con otros familiares. Los dos hombres, pertenecientes al mismo grupo de gobierno conformado por el actual pacto PSOE-PIL, hacen como que no se han percatado recíprocamente de la presencia del otro durante el tiempo de espera antes de embarcar en el avión. Ni ellos ni sus acompañantes. Ni un saludo a lo lejos, ni un guiño, ni un gesto cómplice, ni un manotazo de aviso. Nada, que no se ven. Nadie de los de un grupo parece advertir la presencia de los del otro, ni a la inversa. Casualidades. Estas cosas pasan. En los aeropuertos de grandes ciudades como Barcelona, ya se sabe: están tan despersonalizados que lo último que espera ningún pasajero es encontrarte allí a nadie conocido. Mucho menos a varios.
El interior del avión es algo más reducido que la sala de embarque. Pero tampoco allí coinciden, ni siquiera con la vista, el alcalde (PSOE, partido que dice que no hay crisis) y el teniente de alcalde (PIL, partido que dice que descontento haberlo haylo, y mucho). Un malpensado diría que se están evitando la mirada. Pero sólo un malpensado. O sea, alguien que no tendría futuro como analista de la siempre remansada vida política lanzaroteña (un suponer: en el pasado mandato cabildicio, sólo siete culos distintos ocuparon la primera poltrona presidencial; una fruslería).
El vuelo está previsto para las 12:20 del mediodía. Durante el trayecto, de casi tres horas de duración, los dos máximos responsables del Ayuntamiento de la caos-pital lanzaroteña no coinciden ni en el baño, y -más sorprendente aún- ni a Pérez Parrilla le entra la hormiguilla propia de los fumadores compulsivos, convictos y confesos, que a veces se intenta combatir haciendo nerviosos recorridos a lo largo del estrecho pasillo de la aeronave. Enrique lucha contra esa ansiedad que le provoca su adicción a la nicotina quieto/parado en su asiento. Igual lo mantiene allí atenazado su confesado miedo a volar.
Casi tres horas después, el avión aterriza en el Aeropuerto de Guacimeta (sito en San Bartolomé, no en Arrecife, como se empeña en repetir por megafonía la guapa pero despistada azafata). Enrique Pérez Parrilla y Antonio Hernández, alcalde y teniente de alcalde de un mismo Consistorio pero miembros de dos distintas formaciones políticas que han firmado un pacto para cuatro años que dicen que empezó a hacer aguas a los cuatro meses (lo dicen los malpensados, insisto, esos insensatos desinformados), desembarcan por la misma puerta y bajan por la misma escalerilla que el resto del pasaje, sin coincidir tampoco ahora ni ellos ni sus familiares. Entran todos en la terminal y, como habían sido pocas las casualidades previas, casualmente tampoco coinciden en la sala de recogida de maletas. Mala suerte. O muy buena, según se mire.
La pasajera y sufrida lectora de esta columna que fue atónita testigo (o testiga, como dirían las feminazis enemigas de su propia lengua) de esa aparente “simple anécdota” me lo resumía la noche del domingo con una frase muy propia de mujer canaria y socarrona: “Chacho, Miguel Ángel, qué mal disimulan lo bien que se llevan...”
Pero que nadie diga, crea o piense que todo eso es una clara muestra (o sea, otra más, y van...) de un posible, probable, presunto o presumible desencuentro entre los socios del más que estable, sano e inquebrantable pacto de gobierno municipal en el Ayuntamiento de la caos-pital isleña. Qué va. El otro decía que no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano... (de-leon@ya.com).