...Y, encima, edila
Por si fuera o fuese chico o manco el castigo que recibió la todavía alcaldesa en funciones de la capital o caos-pital de Lanzarote en las urnas y fuera de ellas, algunos cronistas sádicos hacen leña del árbol caído y dimitido llamando a María Isabel Déniz, textualmente y para mal de males, edila. Tal cual: e-di-la. Ahí es nada el nombrete, que ni al pobre perrito de la vecina se lo pondría yo, porque suena más feo que piropear a un político (el que sea, que ninguno se merece piropo alguno: están para trabajar y, si alguna vez aciertan por casualidad o despiste, para eso cobran y para eso les pagamos). Sensu contrario, por muy mal que se haya portado un político, ninguno se merece semejante denominación de origen, para mi gusto.
Fue en la prensa grancanaria del pasado fin de semana donde me encontré a doña Isabel rebautizada de tal guisa. O sea, como edila. Y todavía me retumba el palabro en los oídos, casi una semana después. Fue leer la cosa en el periódico y empezar a temblar el papel en mis manos, tal fue la impresión y el susto sin aviso previo. La crónica, casualmente, venía firmada por una redactora. Ahí se comprueba, empíricamente, que la peor enemiga de una mujer (casi) siempre es otra mujer, como sabe de sobra hasta la más despistada del género.
¿Es académicamente incorrecto lo de edila? No, no es incorrecto. La RAE lo acepta y lo recoge en su Diccionario (que no es el mejor de la lengua española, por cierto, pues tanto el María Moliner como el Seco le dan cien vueltas, a fe mía). Pero no hay que olvidar que la Academia acepta de último cualquier cosa, como es triste fama. En caso de duda, ahí está don Juan Luis Cebrián (el rey del infinitivo radiofónico y otras patadas al idioma), que lleva años en la docta Casa, que empezó a dejar de serlo desde que admite a periodistas con mucha menos gracia que el gran Groucho.
Curiosamente, el afamado (¿?) Libro de Estilo de El País (ejem, ejem...) no acepta edila como animal de compañía. En el ejemplar que me regaló año atrás una columnista del diario independiente de la mañana (dependiente del PSOE a partir del mediodía), que corresponde a la edición número 11 (corría 1986), se define por negación y de esta guisa al edil: “No es sinónimo de alcalde, sino de concejal. En El País se usa sin forma femenina”. O sea, que el diario sólo acepta “el edil” o “la edil”, y por una vez y sin que sirva de precedente, estoy absolutamente de acuerdo con la pertinente sugerencia editorial. De igual modo y manera que comparto con el citado Libro de Estilo (al contrario que la mayoría de los redactores del periódico madrileño, que pasan mucho de él) que no se admita o se dé por buenos términos como jueza o concejala, pues en contra de lo que sucede con ministro/ministra, la terminación de juez, edil y concejal no es representativa desde el punto de vista del género. Y esa verdad elemental va a misa, aunque el diario de Polanco sea teóricamente aconfesional. En caso contrario, de seguir por esa deriva tontiloca, feminoide o zapateril, si de juez vamos a jueza, de pez iríamos a peza. A este paso, estamos a puntito ya de caer en ese ridículo institucionalizado por ministras de (in)Cultura y otros ilustres toletes de la política/degradación.
Al fin y al cabo, es sólo cuestión de gusto y oído literario (que existe, como hay un oído musical). Y edila suena peor que mal, por mucha corrección política que se le quiera echar. Es como lo de poetisa, que tampoco es insulto menor. De hecho, nunca leo, ni en broma ni borracho ni por una apuesta, a alguien que se hace llamar a sí misma poetisa, porque ya ese gesto denota nula sensibilidad literaria. Está el poeta y la poeta. Hablar de poetisa tiene tanta lógica como hablar de poeto o poetiso: ninguna.
Adiós (o adiosa). (de-leon@ya.com).