Reminiscencias familiares

Más que una sucesión de relatos sobre el casi todo tiempo pasado fue mejor, que también, en apenas un mes, tuve la alegría de recordar con dos grupos de familiares que vinieron de Colombia a pasar unos días de vacaciones a Madrid y otros puntos de la España peninsular, encuentros frecuentes de los que fuimos partícipes entre madres, padres, primos, tíos y abuelos y la influencia determinante de las relaciones cotidianas entre esos seres muy queridos y respetados en nuestro desarrollo personal y profesional, empezando, por supuesto, por la educación y valores inculcados en el seno del hogar.

Primero, aterrizó la visita de unos primos por parte de la familia de mi madre, y escasos días después, llegaron primos de la familia de mi padre, aunque entre ellos se conocen y hemos compartido juntos ratos afables en Barranquilla y Bogotá. Denominador común del contenido de nuestras charlas: la convivencia en casa y la convivencia de puertas hacia afuera, en el barrio, colegio, parque o cualquier punto de encuentro familiar o en comunidad, entendiendo las dificultades que entraña armonizar distintos puntos de vista y formas de ver el mundo, pero conocedores de la fuerza de la palabra en el diálogo que nos enseñaron en casa, la primera y suprema escuela de convivencia y relaciones personales.

La institución familiar en una dimensión que supera la reproducción de la especie o la extensión de un apellido, más bien la formación del ser humano, adaptada a los cambios que cada día experimenta la sociedad contemporánea que repercute en la forma de relacionarnos.

Mi amigo Haroldo Martínez escribió esta semana en su columna de opinión en el diario El Heraldo de Colombia sobre la adolescencia, exponiendo inquietudes y preocupaciones como médico psiquiatra y experiencias de su juventud que se asemejan a las que tratamos mis primos y yo.

Aparte de la alegría, creatividad y otros valores, destaca “el respeto a las normas en todos los escenarios” y el respeto a “padres, profesores, autoridades de todo tipo disfrutando de vernos madurar hacia la adultez esperando de nosotros lo mejor sin temor de ningún tipo”, y con un gran interrogante en nosotros, los adultos, que “perdimos las partituras para la formación de hombres y mujeres que conserven aquellos valores que puedan garantizar una adolescencia adecuada en sus próximos hijos sin ese miedo a una etapa que debe ser disfrutada y no temida”.

Seguro que si repasamos el buen hacer de nuestros padres y abuelos y las relaciones que tenemos y tuvimos con ellos y ellas, identificamos a los mejores profesores y buenos ejemplos de convivencia, disciplina y respeto. Entre cañas y tapas, mencionamos figuras esenciales de la familia que nos ayudaron a crecer, sabios consejos en palabras y, mejor aún, representados en comportamientos propios a tener en cuenta en casa y en conductas cívicas en la calle.

Desde hacernos ver desde niños la importancia de leer y estudiar, valorar el estado de bienestar, asentar relaciones a través del diálogo, escuchar y respetar a los mayores o apostar por la resolución de conflictos, hasta el respeto en el compartir de los alimentos en la mesa o el cuidado del medioambiente, de espacios públicos de esparcimiento y mobiliario urbano. No es fácil pero es posible.