La ecotasa
La ecotasa, ese impuesto verde o ecológico que algunos quieren colocar a aquellos que nos visitan, en muchas ocasiones sin saber muy bien por qué y para qué, se ha convertido en un instrumento que distintos partidos utilizan para justificar sus políticas vinculadas supuestamente con el desarrollo sostenible. Eso ha provocado que algunos ciudadanos se sumen al carro y exijan también su imposición, al entender que no se están cobrando suficientes impuestos a la industria turística. Y, claro, hablan de industria turística cuando realmente a quien le quieren cobrar es al turista. ¿Tiene el turista la culpa de lo que han podido hacer mal políticos y empresarios? La respuesta es obvia: no.
No comparto que se cobre ninguna ecotasa, mucho menos cuando los que tratan de imponerla no dan una sola razón objetiva que determine su utilidad y su beneficio. Si es por un simple afán recaudador, adelante, digamos a nuestros visitantes que necesitamos dinero. Seguramente no lo entenderán, pero al menos no se les engaña con supuestos rebotes hacia la conservación del territorio que visitan. No hay que olvidar además que Canarias es una región ultraperiférica, alejada por tanto del continente europeo; no es Roma, Madrid, Venecia o Baleares. El trato de cada destino y de cada territorio debe ser distinto, porque distintas son sus características y sus problemas, como lo debería ser incluso en Canarias, ¿o es que se parece algo La Gomera a Lanzarote o La Palma a Fuerteventura? Aquí los turistas vienen en avión o en barco recorriendo grandes distancias y haciendo un esfuerzo enorme, sobre todo para determinados bolsillos. Resulta curioso que haya gente, algunos que se consideran progresistas, que sólo quieren que nos visiten personas de un alto poder adquisitivo, un enorme error y un clasismo de manual para tratar algo tan democrático como debe ser un desplazamiento, en este caso por ocio. A Canarias la tratan de forma muy curiosa: cuando les interesa, estamos al lado y somos un paraíso; cuando no, estamos fatal y no nos sacan ni en los mapas del tiempo que exhiben en los telediarios.
Venir a Canarias no es precisamente barato. Se pueden conseguir buenas ofertas, pero en general, por lógica, somos un destino muy demandado y se aplica la ley de la oferta y la demanda. Los precios de los billetes de avión continúan subiendo, como está subiendo todo; representan en algunos casos entre el 35 y el 40 por ciento de lo que gasta un viajero para venir a las Islas de vacaciones. A eso hay que sumar la estancia, el transporte, la alimentación, las compras que se quieran hacer... Como suele suceder, nos olvidamos rápido de momentos de crisis económica como los vividos en 2008 o de terribles circunstancias como las que padecimos no hace mucho con la pandemia del coronavirus. En seguida parece que la gallina de los huevos de oro es inmortal y ajena a los vaivenes del resto de sectores. No hay que olvidar que tenemos medio mundo en guerra y que la pandemia fue un baño de realidad que nos ha enseñado que hay que cuidar lo que tenemos y no ponernos a cobrar por todo como si no hubiera un mañana. Mucho menos estrujar la economía de los turistas como si no les molestara lo que pagan por visitarnos.
En el caso de Lanzarote, ha habido siempre una visión adelantada al resto de destinos y de territorios. Aquí es absurdo como proponen algunos imponer una ecotasa cuando además de lo descrito les cobramos a los turistas por entrar en los Centros Turísticos, lo que supone anualmente una cantidad de dinero que ha llevado por ejemplo a la empresa pública que los gestiona a elaborar presupuestos que superan ya los 50 millones de euros. Es un gasto complementario que se suma a los otros gastos complementarios que se producen en un lugar donde tenemos por ejemplo una amplia oferta gastronómica. ¿Es necesario por tanto pedir más al que nos visita, hacerle pensar que sólo nos interesa asaltar su cartera independientemente de que no le queden ganas de repetir su visita?
Una ecotasa generaría situaciones absurdas. Lógicamente los residentes en Canarias no la pagaríamos, pero, ¿y la gente que nos visita sin ser necesariamente turistas? Si la familia de mi mujer es de París, por ejemplo, y viene a vernos durante un mes, ¿le cobramos una ecotasa por interesarse por su hija y por sus nietos? Claro que no, no sería razonable, nos pondríamos un impuesto a nosotros mismos.
Que un turista pague más en función de la categoría de su hotel me parece bastante discutible también, porque se dan casos en los que es más caro acudir a un establecimiento de cuatro estrellas que de cinco, y ya tendríamos un problema serio porque los que pagan más por su estancia directa pagarían menos por un impuesto que se supone que se ajusta al bolsillo del que contribuye. Un sinsentido más para justificar lo injustificable.
A día de hoy me cuesta entender, como a muchos, la verdadera razón de la ecotasa. A veces tengo la sensación de que los que la defienden lo hacen por quedar bien, tanto empresarios como políticos. No creo que estén preparados para el control de esos fondos, para generar la confianza y la transparencia necesaria, para convencer a los turistas de que es bueno que paguen ese extra por visitarnos. Si cuesta saber dónde va exactamente todo el dinero que genera la industria turística en el Archipiélago, imagínense vigilar y controlar lo que caería en manos de las administraciones y de los administradores de turno. Es un tema que está muy verde, nunca mejor dicho, y que requiere de una larga pensada. Experimentos con las cosas que nos proporcionan el alimento es mejor no hacer, en todo caso con gaseosa.
Propongo por último que en lugar de hablar de este tipo de impuestos los que gestionan nuestros recursos públicos se afanen por trabajar mejor las políticas en materias sensibles como la vivienda, la sanidad o las infraestructuras, para que los que vivimos aquí y los que vivirán en el futuro tengamos y tengan una mejor calidad de vida.