“A mí qué me importa, el barco no es mío”
Se nos han impuesto y hemos asumido unos determinados "mantras": "Todos los políticos son iguales”. Hay una viñeta de 9Lkoko, donde un joven le dice a un millonario, que se está fumando un puro: “He decidido no votar porque todos los políticos son iguales”. Y le contesta con una sonrisa burlona: “No sabes lo que me alegro…oírte decir esto chaval”. No. No. No todos los políticos son iguales. Eso es lo que quieren que nos creamos, los que quieren que nos despreocupemos de la política. Pasemos de política. Vale. Pero, deberíamos tener claro, que otros la harán por nosotros. ¡Vaya que sí la harán! No. No. Todos los políticos no son iguales.
Otro mantra no menos machacón y cansino bastante común: “Yo paso de política”. A estos Juan Domingo Perón les hubiera replicado “es como si dijeran soy un cretino”. Y yo añado “que votantes muy de izquierdas no son”. Ante tal afirmación, me parece muy oportuna la anécdota contada por uno de los constituyentes de la Constitución italiana de 1947, Piero Calamandrei en una conferencia sobre la Constitución dirigida a los estudiantes de Milán en 1955:
“La política es algo feo”, “a mí qué me importa la política”: cuando escucho a alguien este tipo de discurso, me viene a la cabeza la anécdota, que alguno de vosotros conocerá, de dos emigrantes, dos campesinos, que atravesaban el océano en un trasatlántico inestable. Uno de los campesinos dormía en la bodega, mientras que el otro estaba en el puente, y gracias a ello se daba cuenta de que había una fuerte tormenta con olas altísimas, por lo que el barco oscilaba. Fue entonces cuando este campesino, lleno de miedo, le preguntó a un marinero: “¿Corremos peligro?” Y éste le dijo: “Si el mar sigue en estas condiciones, el buque se hunde en media hora”. Corre entonces a la bodega a despertar a su compañero y le dice: “Beppe, Beppe, Beppe, si el mar sigue en estas condiciones, el barco se hunde en media hora”. Y aquél le responde: “A mí qué me importa, el barco no es mío”. Esto es lo que significa el indiferentismo en política”.
Tales mantras sobre la política, según Aurelio Arteta, son una reminiscencia del franquismo y conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado. Dejando la vida privada al margen, debemos politizar todo aquello que nos afecta como ciudadanos. ¿No debe someterse al debate público: ¿nuestras pensiones, nuestra educación o el sistema fiscal? Cuando se quieren eliminar del debate político, es que detrás debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados.
Como reflexión final me parece oportuno sobre la cuestión tratada en estas líneas recurrir a dos autores clásicos que revalorizan la política.
Antonio Machado en su libro Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo instó a los jóvenes a implicarse en la política: “La política, señores, es una actividad importantísima. Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino el desdeño de la política mala, que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y, naturalmente, contra vosotros. Solo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta… Y a quien os eche en cara vuestros pocos años bien podéis decirle que la política no ha de ser necesariamente cosa de viejos. Hay movimientos políticos que tienen su punto de arranque en una justificada rebelión de menores contra la inepcia de los sedicentes padres de la patria…Hasta las madres os pudieran aconsejar: “Toma el volante, niño, porque estoy viendo que tu papá nos va a estrellar a todos-de una vez- en la cuneta del camino”.
El 21 de abril de 1934 en la Sociedad del Sitio de Bilbao, Manuel Azaña pronunció el discurso Grandezas y miserias de la política, en el que obsequia unas hondas reflexiones como hombre político, tal como le vienen a la mente.
Considera la política como la aplicación más completa de las capacidades del espíritu, donde juegan más las dotes del ser humano, tanto del entendimiento como del carácter. La política, como el arte, como el amor, no es una profesión, es una facultad, que no tiene nada que ver con la elocuencia. La facultad política se tiene o no se tiene, y el que no la tenga, inútil será que se disfrace con todos los afeites exteriores del hombre político, y el que la tiene, tarde o temprano es prisionero de ella. Un hombre político tiene que sentir emoción delante de la materia política. La emoción política es el signo de la vocación y la vocación es el signo de la aptitud.
Los móviles que llevan a los hombres a la política pueden ser: el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como se pueda y hasta un cierto donjuanismo. Mas, no son los auténticos de la verdadera emoción política. Los auténticos son la percepción de la continuidad histórica, de la duración; es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda; observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella, el ánimo del político se enardece como el de un artista al contemplar una obra bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.