La singularidad de nuestra historia

No entraré en una controversia historiográfica sobre si nuestra historia es la de un país normal o no, en relación a otros de nuestro entorno europeo. Me limitaré a reflejar y describir brevemente los, para mí, rasgos más peculiares de nuestra historia contemporánea.

La debilidad política del liberalismo decimonónico por la fragilidad de las propuestas civilistas frente a un militarismo muy potente en la política española del XIX y del XX, que no tiene muchos ejemplos europeos; y por las reticencias de la Iglesia católica y la Monarquía borbónica. Ahí está la claudicación del liberalismo frente a la Iglesia en el artículo 12 de la Constitución de Cádiz, que impuso una confesionalidad católica excluyente, y la abolición de la Constitución por Fernando VII, y el apoyo a la dictadura de Primo de Rivera de Alfonso XIII.

Un pujante movimiento antiliberal, el carlismo, que provocó tres guerras civiles en el XIX y siguió en la Guerra de España (1936-39). Para Josep Fontana: «En España la liquidación del Antiguo Régimen se efectuó mediante una alianza entre la burguesía liberal y la aristocracia latifundista, con la propia monarquía como árbitro, sin que hubiese un proceso paralelo de revolución campesina. Los intereses del campesinado fueron sacrificados, y por ello se levantó en armas contra una revolución burguesa y una reforma agraria que se hacían a sus expensas, y se aliaron, lógicamente, del lado de los enemigos de estos cambios: del carlismo».

La débil nacionalización en el siglo XIX, por las precariedades del propio Estado liberal, y la ausencia de un proyecto nacionalista capaz de generar una ilusión colectiva. Se sintió en la Guerra de la Independencia, cuando el pueblo luchó contra los ejércitos napoleónicos. La nación irrumpió. Mas los lazos de las uniones políticas no pueden darse por supuestos: han de ser renovados con alguna efusión. Y en España no se han producido emociones semejantes los 200 años posteriores. Como corolario, a finales del XIX irrumpieron movimientos nacionalistas en las áreas más dinámicas y desarrolladas (Cataluña y el País Vasco). Movimientos que crecieron a lo largo del XX, hasta convertirse en las fuerzas políticas mayoritarias en estos territorios, fenómeno sin parangón en la Europa actual. A la muerte de Franco, Juan J. Linz escribía, en el IV Informe Foessa, que España era «un Estado para todos los españoles, una nación-Estado para gran parte de la población, y solo un Estado y no una nación para minorías importantes».


 

El fracaso de la Revolución Industrial, tal como señaló Jordi Nadal, muy localizada en Cataluña con la industria textil algodonera para el mercado nacional y colonial; y en el País Vasco, que rentabilizó sus yacimientos de hierro a través de masivas exportaciones a Reino Unido, de donde importaba carbón de coque para su siderúrgica. El «fracaso» se explica en parte por la estructura latifundista de la tierra, incrementada por las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, lo que impidió un aumento de la producción agraria y de un excedente comercializable, y por ello, una escasa demanda de productos industriales.


 

Un movimiento obrero encuadrado en el socialismo, con el PSOE fundado en 1879, y la UGT en 1888, ubicado en Madrid, Asturias y País Vasco. Y el anarquismo, con gran arraigo en Cataluña y Andalucía, con la creación de la CNT en 1910.

La pérdida de todo el imperio colonial, en dos fases (1824 y 1898), muy diferente al modelo de Europa. El «desastre» de 1898 generó una grave crisis de identidad, y así se pasó de «imperio arruinado a nación cuestionada». De ahí, el regeneracionismo que meditó objetiva y científicamente sobre las causas de la decadencia de España como nación, distinto a la Generación del 98, ya que, si bien ambos expresaron el mismo pesimismo sobre España, los primeros lo hicieron de forma documentada y científica; y los segundos más literaria y subjetivamente.

España desde 1814 tuvo una casi nula presencia en la vida de Europa. No participó en los conflictos continentales, como las dos guerras mundiales. Ese aislamiento finalizó con la entrada en la OTAN en 1982; y en la Unión Europea en 1986, tras la firma del Tratado de Adhesión en Madrid en 1985.

El único caso europeo que en pleno siglo XX sufrió una sangrienta guerra civil, generada por un golpe militar, que provocará una profunda ruptura interior. Supuso el acontecimiento clave de nuestra historia y también muy importante de la historia mundial del siglo XX, que ha dejado unas huellas imborrables. No en vano nuestra guerra civil fue la antesala de la II Guerra Mundial. La excepción podría ser la guerra civil en la antigua Yugoslavia.

El franquismo ha sido el único régimen fascista de Europa nacido de una guerra civil. Además, tendrá una duración excepcional (casi el doble que el régimen de Mussolini y el triple que el de Hitler) y solo desaparecerá tras la muerte del dictador. Su permanencia se explica por los intereses de las democracias occidentales y por la Guerra Fría.

España solo se incorporó a las democracias europeas en la penúltima fase democratizadora, junto con Grecia y Portugal. La primera fase fue anterior a 1914; la segunda en 1918; la tercera, en 1945; la cuarta, en 1974-1977, y la última a partir de 1989. Proceso de democratización a través de una Transición, que ha sido idealizada, cuando todavía hay muchos aspectos por conocer. La dirigieron principalmente las fuerzas del franquismo, lo que obligó a una amnistía. El miedo fue el éter de la Transición.