Que sean PERSONAS

La obra de Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos más destacados de nuestra  época, resulta esclarecedora al abordar un tema que inquieta profundamente: la  tiranía de los adolescentes en una era marcada por el consumismo, la inmediatez y  la gratificación instantánea. Hoy en día, enfrentamos una realidad en la que los  jóvenes parecen valorar, por encima de todo, el éxito personal y el placer inmediato,  impulsados por una sociedad que fomenta la competencia y la validación externa.  Como padres y educadores, muchas veces, sin darnos cuenta, contribuimos a  alimentar esa competitividad que convierte a los niños en hedonistas, moldeando  su carácter hacia una vida centrada en el individualismo y la satisfacción personal. 

Bauman, en su análisis de la "modernidad líquida", subraya cómo las estructuras  sociales y las relaciones humanas se han vuelto frágiles y efímeras, afectando  profundamente el desarrollo emocional de los jóvenes. Esta desconexión  emocional que describe es cada vez más evidente: muchos adolescentes, desde  temprana edad, solo se centran en sí mismos, en ganar y en superar a los demás, lo  que los lleva a desarrollar una conducta impulsiva, egocéntrica y, en algunos casos,  manipuladora. El contexto consumista en el que crecen, bombardeados por la  constante oferta de nuevos productos, alimenta esta visión competitiva, centrada  en lo superficial y en lo inmediato, relegando lo duradero y lo esencial a un segundo  plano. 

Además, los jóvenes viven en una incertidumbre constante, derivada de la  precariedad de los empleos y la volatilidad del mundo laboral actual. Esto no solo  genera ansiedad sobre su futuro, sino que los empuja aún más hacia el  individualismo, priorizando su bienestar personal sobre los valores tradicionales  que antes cohesionaban a la sociedad. Ante este panorama, los padres nos  encontramos en una posición crucial: tenemos la responsabilidad de educar a  nuestros hijos no solo para que sean competitivos, sino para que sean conscientes  de sus responsabilidades hacia los demás. 

La educación en valores comienza en el hogar. Es allí donde los jóvenes observan,  aprenden y absorben nuestras actitudes hacia el mundo. Si los adultos actuamos  con empatía, solidaridad y capacidad para postergar la gratificación, estamos  proporcionando a nuestros hijos las herramientas necesarias para desarrollar una visión más equilibrada y sensible ante las necesidades de los demás. Enseñarles a  entender que la libertad no consiste en ignorar a los otros, sino en asumir con  responsabilidad las consecuencias de nuestras acciones, es fundamental para  contrarrestar el hedonismo que domina esta era digital. 

Byung-Chul Han, en su obra sobre la "sociedad del cansancio", ofrece una crítica  relevante al analizar cómo la obsesión contemporánea por el éxito ha generado  individuos no solo emocionalmente agotados, sino también profundamente  alienados. Esta alienación se manifiesta en una desconexión social que afecta  especialmente a los jóvenes, quienes, en su búsqueda constante de logros y  placeres inmediatos, pierden el sentido de comunidad y el compromiso con algo  más grande que ellos mismos. Por ello, es imperativo enseñarles a manejar sus  impulsos, a reflexionar y a desarrollar prácticas de autorregulación emocional que  los ayuden a encontrar un equilibrio en sus vidas. 

El desafío es grande, pero no imposible. Debemos inculcar en nuestros hijos la  importancia de postergar el placer inmediato y de centrarse en objetivos a largo  plazo que les permitan construir una vida más significativa y plena. Al hacerlo,  fomentamos una generación más empática y solidaria, consciente de que el  verdadero bienestar no proviene solo del éxito individual, sino del compromiso con  los demás y con la sociedad. 

Establecer reglas claras sobre el uso de la tecnología y ofrecerles un marco ético  desde el cual puedan reflexionar sobre el impacto de sus decisiones es esencial  para contrarrestar la influencia negativa del entorno digital. Al enseñarles a  equilibrar el disfrute con la responsabilidad, no solo los preparamos para enfrentar  los retos de un mundo incierto, sino también para que encuentren sentido y  propósito en sus vidas más allá del consumismo y la validación externa. Darles  tareas y responsabilidades según la edad les ayuda a entender que todos tenemos  deberes y que su comportamiento impacta en los demás. La combinación de amor,  estructura y orientación les permitirá crecer con una autoestima saludable sin  necesidad de imponer su voluntad a los demás. 

En última instancia, no existen manuales definitivos para la educación de los hijos.  Sin embargo, el ejemplo que les damos y nuestra capacidad para enseñarles a ver  más allá de sus propios intereses puede ser la herramienta más poderosa para  ayudarlos a convertirse en individuos no solo exitosos, sino también 

comprometidos y sensibles hacia los demás. Así, estaremos contribuyendo a una  sociedad más justa y equilibrada, donde la empatía, la responsabilidad y la  solidaridad prevalezcan sobre el individualismo y la inmediatez. 

Es difícil a veces, pero es nuestra responsabilidad que sean PERSONAS.