DESIgualdad de insularidad
Hace unos días, en plena temporada de verano y posiblemente en la playa, en una charla informal entre amigos surgió un dato bastante perturbador relacionado con el acceso a las universidades de los jóvenes Lanzaroteños. Haciendo un análisis probablemente sesgado de las estadísticas alguien dijo que sólo entre el 20% y el 30% de los jóvenes sale de la isla a estudiar una carrera universitaria. Como se podrán imaginar, este número resultó impactante. Pensar que sólo 2 o 3 de cada 10 jóvenes estudia una carrera en una universidad genera una alarma preocupante.
Lógicamente de este dato se desprenden innumerables análisis que parten de ciudadanos de a pié, padres algunos, de hijos que pronto tendrán que enfrentarse a esta disyuntiva otros, y algunos que ya atravesaron esta etapa. A todos nos preocupa esta estadística. Todos nos miramos atónitos tratando de entender cuáles pueden ser las causas de tan bajo porcentaje de estudio universitario. Partamos de la base de que sería ideal conocer realmente el número, pero aunque lo tengamos actualizado, es muy poco probable que se acerque al menos a la mitad. Entonces construimos un ranking de razones posibles, para valorar el porqué de esto, y casi unánimemente coincidimos en que la principal causa es el costo económico que conlleva que los jóvenes estudien fuera.
Lanzarote apenas cuenta con opciones para estudiar una carrera, acaso turismo y algunos FP. Si hilamos fino, existen algunas posibilidades más, pero poco más. Esto parece razonable, teniendo en cuenta la población habitante. Entonces no queda otra que salir de la isla para poder acceder a la oportunidad de estudiar una carrera en una universidad. A tiro de un vuelo corto, Gran Canaria y Tenerife cuentan con universidades, entonces se antojan opciones teóricamente más accesibles. Pero la realidad es que no hay mucha diferencia entre estas opciones y la península. Una familia debe afrontar una serie de gastos que incluyen: matrícula, alojamiento, libros, comidas, etc. que a poco que sumemos rápido superan fácilmente una media de 1200 € al mes como mínimo. Número muy alto, que significa un gran esfuerzo para las familias que pueden hacerle frente a este gasto. Implica una previsión de años de ahorro, y un esfuerzo sostenido durante al menos 4 años, en el hipotético caso de que sea sólo un hijo el que tengan. Si ya vamos a 2 o más, la cosa se pone realmente cuesta arriba.
Luego de este análisis es lógico imaginar que muchas familias queden excluidas de la posibilidad de brindar a sus hijos la opción de estudiar una carrera. ¿Y qué pasa en la península? Es cierto que existen también casos de distancia que fuerzan la necesidad de desplazamientos, pero también es cierto que hay muchas más opciones y más accesibles para casi todos los futuros estudiantes. ¿Y en Canarias? Pues en Canarias existen universidades en Gran Canaria y Tenerife. ¿Nada mal, no? Podría inferirse que no está mal, sobre todo teniendo en cuenta que no hace mucho estas opciones ni existían, pero es ahora cuando nos encontramos con el problema de la desigualdad de insularidad.
Resulta que ser un futuro estudiante en Gran Canaria o Tenerife, no es lo mismo que serlo en Lanzarote, La Graciosa, Fuerteventura, La Palma, La Gomera o El Hierro. Y esto ocurre porque el estudiante que vive en las islas capitalinas amanece en su casa, va a estudiar a la universidad, y al mediodía está comiendo el potaje en su hogar nuevamente. Haciendo cuentas rápidas, el costo es sensiblemente más económico para este estudiante, que para uno que le tocó la suerte de nacer en una de las islas menores. He aquí la desigualdad. Sabemos que las islas no capitalinas sufren lo que se llama doble-insularidad, es decir estar aislados dentro del archipiélago. Esto supone una serie de cuestiones logísticas, de servicios, de costos, etc. que desfavorecen a los ciudadanos de estas tierras doblemente aisladas. Acostumbrados a este lastre, la vida cotidiana se regula a base de hábitos, y en muchos casos más gastos. Aunque esto sea inevitable por geografía e infraestructura, no puede significar que los jóvenes partan con desigualdad de posibilidades por el lugar en el que habitan.
Estudiar en España es caro, esto es así. Los niños tienen que esforzarse por conseguir una nota lo suficientemente válida para acceder a la carrera que les gustaría estudiar, y los padres haber ahorrado mucho o disponer del dinero suficiente para afrontar los gastos venideros. Esta debería ser la plataforma de salida de cualquier joven para acceder a sus estudios terciarios, pero en los casos de las islas menores no es así. Al esfuerzo de base de cualquier familia, se debe sumar el sobre costo de conseguir un lugar para que los jóvenes vivan, coman y estudien. Existen ayudas, pero sabemos de sobra que son insuficientes y que no colocan a los estudiantes en la misma línea de salida. La cuestión es cómo equilibrar esta balanza que coloca mucho más peso en los gastos de un estudiante conejero, en comparación a uno de Gran Canaria o Tenerife.
Se nos pueden ocurrir muchas combinaciones de soluciones existentes, complejas seguramente y que impliquen que más allá de la parte económica los niños tengan que sacar unas notas superiores al resto para garantizarse una cama y comida, pero si queremos desterrar la desigualdad de insularidad, ¿porqué no contar con una residencia gratuita de acceso exclusivo (o al menos prioritario garantizado) en Gran Canaria y Tenerife para los estudiantes de las islas no capitalinas? De esta forma podríamos dar a nuestros jóvenes las mismas oportunidades que tienen los de estas islas mayores, alivianar el esfuerzo económico de las familias y cambiar esta estadística preocupante que excluye de base a los estudiantes y condena el futuro de los profesionales del mañana que tanto cuesta conseguir en Lanzarote.