martes. 29.04.2025

Me parece muy poco tiempo el disponer sólo de un día para reflexionar el voto y obrar luego en consecuencia (o sea, “votar en positivo” como dicen los que no saben lo que dicen, o votar a bríos, que es lo que a veces te nace). 24 horas no más para tan sublime decisión, como dijo el dramaturgo (pregúntale al concejal de cultura de tu pueblo qué concreto dramaturgo, que seguro que te saca de dudas después de meterte en deudas). Hay mucho que reflexionar, porque todos los actores de la vida pública se han portado de forma y manera tan exquisita, y han cumplido con sus promesas y con su labor con tanto escrúpulo que te han puesto muy difícil discernir quién lo ha hecho mejor. Gran dilema, a fe mía. De hecho, llevo meses devanándome los sesos -si los hubiera o hubiese- y no termino de trancar al más mejor. Vale, ya sabemos que el nombrete para esa víspera electoral sólo es un acuerdo tácito interpartidista, mero convencionalismo, puro formalismo, y que en países con muchísima mayor traición (tradición, perdón) democrática no existe ese pomposamente denominado Día de Reflexión. Pero suena bien y queda bonito. No te quejes por nada, monada.

Para mal de males, se acaba la bendita y adictiva campaña. Lo malo que tiene la finalización de la campaña electoral propiamente dicha es que te quedas con síndrome de abstinencia. El “mono”, como dicen los orangutanes del argot gutural que nos conducirá derechitos a la gruta. A veces crees que te estás -o te están- metiendo basura en el cuerpo y en la cabeza, y que ese detritus ideológico, publicitario o mediático es peligroso o pernicioso para la salud de la persona humana, que decía Cantinflas, el que enseñó a hablar a ZP. Tanto es así que hasta te quedas con las ganas o la magua de más palabrerío hueco, enganchado definitivamente a esa droga dura y destructiva que son los sabios y profundos razonamientos que los lumbreras de la política (gente honrada y seria, como es fama) nos regalan en las mil y una provechosas entrevistas que conceden en los medios o en los debates a los que se prestan (cuando se prestan). Es de esperar que esa montaña de palabras hueras no se las acabe llevando el viento o la más leve brisa, y que las filosóficas frases de los candidatos pasen a la posteridad, aun a pesar de que no más termine el circo ninguno (ni los que hablan ni los que escuchan) se acordará de lo dicho. ¿Te acuerdas tú de las boberías que ayer no más? Pues no pidas entonces lo que tú tampoco puedes dar.

Los votantes potenciales (yo el primero; el burro delante para que no se espante) somos desagradecidos por naturaleza. No apreciamos, y mucho menos valoramos en su justo precio el sobreesfuerzo físico y mental del candidato en pleno celo electoral, que no besa al bebé que se babea ni el bigote de la vieja por gusto sino por sacrificio, para liberar al pueblo del pecado original (el escepticismo partitocrático). Ellos mueren (en la arena electoral) por nosotros, pecadores. Un respetito ahí a ese despliegue de magnanimidad desinteresada. ¿Y todo a cambio de qué? De nada. Apenas, de un puto papel en la urna con su nombre dentro. Fíjate qué nadería. Te lo dan todo a cambio de casi nada.

Desde aquí y desde ahora te lo digo y te lo aconsejo humildemente: si este domingo te encuentras algún jodido abstencionista por la calle (cosa difícil porque el pedazo de vago inconsciente estará en la playa rascándose la barriga o en su casa viendo la tele lela), escúpele a la cara sin remordimientos de conciencia. No se merece ni el aire que respira. Ni este sistema democrático en perfecto funcionamiento en donde el elector no sólo tiene voto sino también voz (sí, lo he escrito sin que se me escape la carcajada, con dos teclazos). Perdónalos, candidato, porque no saben lo que no votan. (de-leon@ya.com).

Escoria abstencionista
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