Hay mujeres que exageran la crítica hacia otras mujeres. Por ejemplo, la gran Rosa Belmonte, que dejó la toga de abogada y agarró la pluma para desplumar a más de una... y de uno, pues no suele dejar títere -ni títera- con cabeza. De esta manera hablaba ella de algunas de sus congéneres que no terminan de enterarse de que feminismo y machismo son términos más sinónimos que antónimos, más iguales que contrarios: "Ya he dicho muchas veces que antes de pronunciar o escribir concejala, jueza y otras idioteces propias de la ignorancia de los nombres neutros sería capaz de escuchar la integral de Encarna de Noche o de leerme las obras completas de Paulo Coelho. Me hace gracia tanta ofensa por el lenguaje sexista y todas esas zarandajas de que si no deberíamos utilizar coñazo y cojonudo. Pero nunca he leído u oído a ninguna de las feminazis del lenguaje quejarse por el término consolador, tan extendido, y exigir el uso (lingüístico) de vibrador. Porque consolador ¿de qué? ¿De no tener un hombre? Vamos, ídem. Es que como ahora lo último es el Tingletip no dejo de leer y escuchar la dichosa y ofensiva palabrita consolador. El Tingletip no necesita operador y lo puedes comprar fuera. Un pequeño, barato (20 dólares) y discreto vibrador perfecto para los viajes [en el amplio sentido]. Se ajusta en el cepillo de dientes eléctrico, en el Oral B, y se aplica en la zona indicada. O sea, se quita el cepillo que te metes en la boca y se pone un artefacto igual, del mismo tamaño pero sin cerdas. Lo de cerdas es un decir".
Por si alguno o alguna siente curiosidad por el resto del artículo de marras le remito a la sección genérica "La vaca que ríe" del pasado sábado en el diario ABC, titulado en esta ocasión "Cerdas y cerdas" y firmada por la mencionada Rosa Belmonte, una mujer que confirma empíricamente que se puede ser guapa, joven e inteligente, en contra del extendido mito machista. Sobre el mencionado Tinglepit, a quien no tengo el gusto de conocer, pueden las más interesadas preguntarle a Loly Luzardo, ahora que es una experta en machanguitos animados porque un familiar ha abierto una tienda de sexo y otras guarrerías españolas, como diría Chiquito de la Calzada, ese pequeño/gran rey del neologismo.
El pasado jueves se escenificó un montaje ("perfomance", según los papafritas del papanatismo más pollaboba) con motivo del Día Internacional de la Violencia de Género, que es una denominación que no denomina nada, si ustedes se fijan en el detalle. Total, otro nombre mal puesto, ahora que ya da lo mismo -e incluso se premia con el Planeta- patear el idioma. Todo eso lo tiene muy bien escrito y explicado en sus columnas dominicales Arturo Pérez-Reverte, ganándose con ello el odio eterno de compañeras y compañeros, ciudadanos y ciudadanas, padres y madres, sindicalistas y sincalistos que, como denuncia Rosa, desconocen la existencia de los nombres neutros y se inventan disparates mayúsculos como el de "concejala", como si existieran también los "concejalos", que no me consta. La ignorancia, señora, que sigue siendo muy atrevida y no sabe de posicionamientos políticos ni zapateriles correcciones.
Tres días después de ese Día Internacional contra la Violencia de Género iba a llegar el domingo siguiente, pegadito, el denominado Día Internacional contra la Violencia Machista. Aparte de que ya huele o suena a redundancia tanta cercanía con efemérides similares, lo de Violencia Machista es un pleonasmo como una catedral de las de antes. Por definición peyorativa, el machismo es intrínsecamente violento. ¿Por qué hay que reventar el lenguaje para reivindicar los sacrosantos derechos de las mujeres? Primero la lógica, en buena lógica, y después la corrección política actual y las modas, que afortunadamente acaban siendo siempre pasajeras. Pero, mientras duran, cuánta tontería institucionalizan...
NOTA AL MARGEN (o no tan al margen): Recibo este viernes dos correos electrónicos que me animan a pronunciarme sobre la nueva paralización del tráfico rodado en la principal vía urbana de la caos-pital conejera por parte de los esforzados trabajadores (ejem...) de la Enseñanza pública (la que pagamos todos para que los asalariados vengan luego a agradecerte el detalle impidiéndote llegar a tiempo a tu trabajo; solidaridad mutua se llama la figura). Pero no añadiré nada más al respecto. Lo que tenía que decir sobre ese feo asunto quedó escrito aquí mismo en un artículo anterior y reciente que todavía está colgado -como su autor- en la hemeroteca de este diario. Lo único claro es que hay maestros (y me gustaría creer que son una minoría) que no han aprendido la elemental lección del respeto al otro. Para ellos, otro suspenso. (de-leon@ya.com).