Nos acordamos cada 6 de diciembre de la Constitución y los padres que la parieron o trajeron porque nos facilita anualmente uno de los tantos requetemegapuentes festivos de los que disfrutamos (unos más que otros, valgan verdades) en España e islas de ultramar. De qué si no. La otra madrugada hacían una de esas estúpidas encuestas a pie de calle en Tele-Madrid preguntando a los que agarraban a salto de mata sobre lo que sabían de la también rebautizada como Carta Magna. Conclusión: cero batatero. La gente ni sabe ni quiere saber nada del libraco de marras, y todos los consultados hablaban de lo que verdaderamente les importaba: los días libres que se iban a tomar o no con la bendita excusa de ese puente también conocido como el de la Inmaculada Constitución.
Ni siquiera los profesionales de la cosa pública, tales a políticos y demás autoridades, saben gran cosa de eso mismo que luego van y celebran -incluso aquí en Lanzarote, en patética ceremonia- con izadas de banderas y suelta de palomos o buchúos/buchudos. El 90% de ellos, y sé que me quedo corto, no ha visto -mucho menos leído- el librito en cuestión ni por el forro. Me recuerdan a los que fueron el otro día al magno y merecido homenaje que la Fundación César Manrique le tributa a Saramago: si a la mayoría de los cargos públicos presentes que acudieron raudos a hacerse la foto con el Nobel se les hubiera o hubiese exigido al menos haber leído un solo título del autor portugués, a don José lo acompañan cuatro aquella noche. Les apuesto doble contra sencillo.
¿Los políticos lugareños? Lo tienen fácil: como ya han dejado los deberes hechos y la isla arreglada (sólo hay que verla, la pobrecita) la inmensa mayoría de los cargos que sufrimos con sus correspondientes cargas (económicas) aprovechan el jacío (canarismo que no aparece en el mismo DRAE que recoge el nombrete de “concejala”) de esta tonta semana inútil de la Constitución -inmaculada pero sin exagerar, como la que iba embarazada pero sólo un poquito- para tomarse un inmerecido descanso allende nuestras fronteras más inmediatas. Es lo que dice el descreído viejillo de islita adentro:
-Oh, el problema no es que se vayan sino que vuelvan...
Que encuentren tanta paz vacacional como la que dejan aquí, con la enésima escenificación de otra crisis de gobierno múltiple en el pacto firmado para cuatro años que apenas ha resistido cuatro meses mal contados.
Mientras perdemos el tiempo en naderías intra o interpartidistas, la niña -la Constitución Española actual- ya no es tan niña. La Inmaculada (Inma para los amigos y demás personas piadosas) se ha hecho adulta y anda en la treintena, aunque ni siquiera así nos cause a muchos escépticos incurables un gran respeto político, si quieren que les diga. En eso no soy nada original, ni el único ni el primero que no sacraliza el texto constitucional. Ella puede ser merecedora de todo el respeto del mundo y parte del extranjero, pero no los que viven a su costa. Por eso, y no por simple pasotismo, vamos a votar cada vez menos. (de-leon@ya.com).