miércoles. 30.04.2025

Mi cabra mocha responde -cuando responde, que es casi nunca- al nombre de Moratoria, que no se lo puse como indirecta ni cosa que se le parezca sino porque coincidió que cuando me la regalaron, allá cuando baifita y más guapa que todas las cosas, el de la demorada moratoria urbanística (cuénteme otro cuento, cristiano) era el falso debate en el que andábamos embarcados por aquel entonces en esta pobre islita rica sin gobierno conocido. A falta de buena y verde hierba en el campo conejero, ella anda todavía comiéndose los sobres y las multicolores papeletas que llegaron hasta la batatera casa de este abstencionista convicto y confeso durante las vísperas de las pasadas y pesadas elecciones regionales, cabildicias y municipales de mayo del año en curso, que arrojaron los resultados que ya sabemos que arrojaron (cambiamos algunos collares pero los dueños de los perros siguen siendo exactamente los mismos de siempre, como es triste fama: los que se lo guisan, se lo comen y se lo llevan calentito así gobierne Juana o su hermana, así llueva en Madrid socialista o truenen los pepones de la derechona).

Las papeletas que mejor y más pronto devora mi pobre cabra son las del Cabildo, por no sé qué extraña razón o motivo. Puede que ese papel tenga más celulosa, glucosa o cosa similar. Ella, claro, también es abstencionista. Pero vota cuando come (otros comen cuando tú votas). Y siempre que la ordeño veo reflejadas en las ubres de Moratoria a los moradores del Cabildo, por no sé qué extraña conexión cerebral o asociación de ideas sobre ordeños, mamanzas y lo que no está ni en los escritos ni en los papeles que se come, regocijada, mi cabra teóricamente ágrafa.

Me enseñaron a ordeñar cabras, ovejas, vacas y por ahí seguidito desde muy chinijo. Pero consta que hay individuos -e individuas- que apenas han alcanzado a ver en pintura las ubres de los cuadrúpedos y, sin embargo, manejan el ordeño -y el mando- como consumados especialistas. No han entrado jamás en un corral, pero no abandonan la encharcada pocilga de la política ni a tiros. Algo debe tener esa mamadera, para mi gusto, cuando (casi) todos los que entran no están por la labor de salir, y a veces hay que sacarlos a gorrazos o con fuertes medidas policiales y judiciales.

Nunca estuve en el Cabildo, ni en el anterior -o Cabildo viejo- ni en el actual. Y espero no verme obligado jamás a poner el pie allí. Pero años atrás traje a la cabra para que se solidarizara con otros congéneres, camellos, burros y demás animalitos que los pocos ganaderos que van quedando concentraron durante varios días con sus noches en los alrededores de la primera institución pública lanzaroteña. Ellos reclamaban a los políticos un mínimo de atención al olvidado o ninguneado sector primario, que lo llaman. Años después, siguen esperando por esas soluciones políticas... esta vez sentados, claro.

NOTA AL MARGEN: Este lunes, el Correos tradicional de toda la vida de Dios (con cartero con piernas y nada virtual) me traía, entre otras, dos concretas invitaciones. La habitual de la Fundación César Manrique, que anuncia la mega-exposición sobre José Saramago (desde el 23 de este mes de noviembre hasta el 18 de enero del año entrante), y la también típica y atenta de la Fundación Cultural Maphre, que inauguraba su otra magna exposición sobre la bellísima pero desgraciada Camilla CLaudel (1864-1943) el pasado 6 de noviembre en Madrid. Lástima que la preciosa tarjeta me haya llegado al buzón el día 12, seis lunas después de la noche de la apertura oficial de la exposición de marras. Se la echaré a la cabra, que seguro que le sacará mejor partido que yo... aunque no contiene foto de ningún político lugareño, con lo que le chifla a ella rumiar sus nombres y sus caretos, que finalmente acaban convertidos en negros y concentrados boñigos de cabra. La política es una mierda. (de-leon@ya.com).

La cabra del Cabildo
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