Es una suerte de noticia Guadiana, que aparece y desaparece por momentos. Una información periodística cíclica, que resucita cada cierto tiempo. Una especie de desgraciado bucle que se repite hasta el infinito. Aunque parezca que se aportan nuevos datos, la noticia siempre es la misma desde hace años: el crucero fallido a la Exposición Universal de de Sevilla, aquel Titanic griego, desvencijado y maloliente que alquiló Sebastiana Perera Brito (Chana para los amigos y demás personas piadosas) cuando era consejera de Costura (Cultura, quise decir), que se fue a pique antes de llegar al Puerto de Arrecife. Esta semana ha vuelto a salir en los papeles la matraquilla, y el Cabildo se ha lanzado a desmentir al medio al que no cita (con lo cual desmiente a todos y a ninguno), asegurando que la primera y más paralizada institución pública lanzaroteña no ha recibido “providencia judicial alguna para abonar la deuda por el crucero de la Expo 92”. El barco-chatarra es propiedad de una naviera helena que le hizo el griego como nunca al Cabildo conejero porque el conejero Cabildo se dejó, y encima tendrá (tendremos) que pagar la cama y la coyunda a la Dolphin Helas Shiping. ¿No fumas, inglés?
Hace apenas unos meses, el Cabildo que nos cabrea a casi todos los conejeros acordaba renunciar a seguir pleiteando y perdiendo cada año más dinero a cuenta del cuento del abortado crucero turístico, aquella penúltima broma pesada y populista de Chana. En el mejor de los casos, la ocurrencia nos acabará costando a todos los lanzaroteños más de un millón de euros, que se escribe pronto y fácil, y más ahora que el Cabildo sólo tiene liquidez para pagar los sobresueldazos de consejeros y asesores ágrafos, así como para encargar mil y un estudios sobre la nada elevada al cubo (o al balde), adjudicados a dedo e invariablemente a los amigotes.
Me posicioné en contra de los cruceros de Chana antes de que Chana se embarcara o embarcase en el primero. En el segundo ya no la dejaron ni subir al barco, y no porque la mujer no lo intentara hasta el último momento, con su cabezonería habitual (la misma que la llevó a enrocarse en la poltrona cabildicia cuando ésta le tocó en suerte en una de las habituales carambolas políticas de la Casa Palacio). Aquella capitana de un barco sin rumbo fue siempre, para quien esto firma (está escrito aquí y en otras tribunas impresas o digitales; la hemeroteca no me dejará por mentiroso), una de las bromas más pesadas de la política loca-l, que accedió en mala hora a la vida pública de la mano de mi nunca bien ponderado don Nicolás de Páiz, que creo que sigue ejerciendo como Adjunto o Pegado a la Oficina del Diputado del Común en Lanzarote, muy a la chita callando (tan callando que ni se le escucha ni se le ve jamás). La que empezó siendo consejera de Cultura (tal y como lo leen) de aquel Cabildo que nunca más volvió a coger rumbo ni tino desde entonces, tuvo aduladores y enchufados que le rieron esa gracia que no tenía mientras se mantuvo en el poder prestado. Cuando lo perdió, esos mismos palmeros interesados fueron los primeros en decirle de todo menos bonita y en abandonar el barco que iba proa al marisco, como el crucificado crucero confiscado. En realidad, no la respetaron nunca. Respetaban su regalado poder político, que le llegó en la ya citada carambola. Pero mientras se mantuvo con uñas y dientes en el poder, se ganó a su vez la simpatía comprada del otro poder mediático que tantas veces se torna en mediocre. Despojada de los oropeles, se quedó en lo que era: una maestra de escuela empeñada en confundir cultura con costura, en mezclar educación con chocolatadas y coches fantásticos. Hoy la llaman Chana la Chocolatera hasta los que en su día nos tachaban de lo último a los que desde un principio nos limitamos a advertir, como el chinijo del cuento, que la emperatriz de Mozaga y reina de Mala iba desnuda.(de-leon@ya.com).