martes. 29.04.2025

Andan paseando la desgracia facial y vital de Chantal Sébire por los circos televisivos, los periódicos digitales y cuales, los “youtube-vergüenza-y-la perdí-para-siempre” y otros medios que se apuntan al morbo más fácil. Un morbo que no conviene llamar inhumano, porque lamentablemente es muy, muy humano. De hecho, sólo es humano. Los animales no repararían en eso, pues no consta que hagan burla cruel del dolor o de los defectos físicos ajenos. Las grandes audiencias televisivas las conceden humanos, homínidos u homúnculos que tragan más basura cuanto más degradada y degradante sea, como es triste fama.

Chantal es la maestra francesa de cincuenta y pocos años, madre de tres hijos, que padece ese tan tremendo como extraño tumor nasal que le ha desfigurado hasta hacerlo irreconocible el rostro. La rara enfermedad le causa terribles dolores, hasta el punto que la ha llevado a pedir la eutanasia ante el Gobierno francés que preside el tortolito atolondrado con la presunta belleza de la modelo escasamente modélica. Como quiera que el denominado Tribunal de Gran Instancia rechazara esa súplica, la desesperada mujer con la cara devorada por el cáncer y con el cáncer para-lelo de los que devoran la carnaza del infraperiodismo obsceno, muestra ahora su deseo de viajar a Suiza, donde la eutanasia es legal.

Pobre criatura, que va de una magnífica película (“La parada de los monstruos”) a otra (“El hombre elefante”), y ni siquiera en el descanso de ambas descansa su desdicha porque le caen encima los otros peliculeros del cine de mala calidad, catódico o catatónico. Sabe el cielo que el monstruo no es ella, ni siquiera la enfermedad que le devora la cara. Monstruoso es el espectáculo generado a su alrededor por los que andan huérfanos de escrúpulos comerciales, como decía la canción.

Leo cada día más columnas de opinión de las que me recomienda el médico, pero me quito el sombrero que no uso ante el que estimo como el mejor artículo de opinión que se ha publicado en la prensa española al respecto de esta desdichada ciudadana a la que los morbosos medios y sus morbosos lectores hemos convertido en la mujer elefante. Lo firmaba este miércoles David Torres en las páginas del diario El Mundo, y destilaba verdades tan bien escritas y tan incontestables como las que siguen: “El tumor que desfigura a Chantal no es un burdo truco de maquillaje. No tiene cura ni tratamiento médico. Nada puede calmar ese horror que ya la ha dejado ciega y se la está comiendo viva. Ella ha pedido la muerte inducida pero los tribunales franceses se lo han denegado, y ahora tendrá que viajar a un país más civilizado en busca de una inyección que le permita morir en paz. La ministra de Justicia francesa ha expresado la misma opinión que el cardenal Philippe Barbarie: que la vida es sagrada. Sí, sobre todo la del cáncer. Muy cortésmente, la Justicia y la Iglesia le han dicho a Chantal que se joda, que prosiga su pasión sin analgésico. Que escoja una muerte sucia y dolorosa, como la de Cristo en la cruz, que se ahorque, que se tire de un barranco, que se vuele la cara de un tiro. Que salga en las noticias, en las listas de suicidas, que publique y exhiba su agonía. Que siga sufriendo, respirando hasta que Dios, en su infinita sabiduría, decida que ya ha sufrido bastante y piadosamente la asesine. Que aprenda del teatrillo sagrado con el que, cada Semana Santa, la Iglesia nos viene dando la barrila de la resurrección para vendernos una película sucia de latigazos, lanzazos, crucifixión y corona de espinas. Precisamente porque la vida es sagrada y la muerte no, Chantal Sébire debería poder escoger la suya lejos de esas payasadas religiosas, de esas chuminadas morales, de esas pamplinas cavernícolas que aún cuelgan de las leyes como un resto de la Edad de Piedra: un tumor podrido, irracional y maligno en una cara limpia, profundamente humana”.

Eso es el Evangelio (la buena nueva, etimológicamente hablando). Total, la prédica no más que de la verdad. ¿Verdad, Monseñores? Una cosa es predicar la verdad y otra cosa es ser verdaderamente piadosos con los que sufren. Amén.

PD: Apenas unas horas después de colocar el punto final a esta columna aparecía el cadáver de la protagonista principal de la misma. Pocas veces se podrá decir con tanta razón y verdad que ya descansa en paz. El circo se queda sin uno de sus números más publicitados. Los payasos seguirán actuando. (de.leon@ya.com).

La mujer elefante
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