En Segunda ya estamos, claro. Pero en Segunda con B de burro. Y no hablo sólo de fútbol, como pudiera o pudiese parecer a primera vista o lectura. Puesto que lo que antaño llamábamos balompié es algo más que un deporte aquí y en Ye, la ciudad, provincia o región que no tenga perro que le ladre en Primera o Segunda (Segunda A, de altura) no es nada. Tanto es así que hasta se podría decir que Las Palmas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife son ciudades ascensores, como sus propios y respectivos equipos representativos: unas temporadas se acuestan en Primera (duermen en Palacio) y otras amanecen en Segunda... cuando no en Segunda B, que es a lo que ya vuelve a oler el equipo canarión.
No es sólo el club de fútbol el que sube o baja de categoría. Con él va, inseparable, la categoría de toda la ciudad. Y la de su prensa. En Tenerife y en Gran Canaria hay ahorita mismo una prensa de segunda, con la de la isla picuda echándole la patita por delante a la de la isla redonda (El Día ha superado en los quioscos a los dos diarios editados en Gran Canaria). La ciudad, la prensa y el equipo de Las Palmas, que estuvo tantas ligas en Primera y llegó a ser el mejor conjunto español algún año, lleva varias temporadas siendo de Segunda y bordeando la Tercera (la Segunda B es la Tercera con ínfulas, como es triste fama). Las Palmas está casi muerta, pero ella no lo sabe. Por eso el drama es mayor. Se siente. Ustedes se lo pueden tomar a broma, pero no hablo en lenguaje metafórico o figurado, aunque alguien pueda pensar que el silogismo es demasiado elemental o frívolo (ese alguien no conoce entonces la fuerza del fútbol, para mi gusto). Igual que el Barça es algo más que un club, el fútbol es algo más -mucho más- que un deporte.
En Lanzarote nos falta dar el salto definitivo, como mínimo, a la categoría de plata del fútbol nacional (o del Estado, como dicen los necionalistas acomplejados). Pero sólo pensar en ello nos produce vértigo: a los jugadores, a los aficionados, a los directivos y a eso que llaman el cuerpo técnico. Es la falta de costumbre. No terminamos de hacernos a la idea, y arrastramos un complejo de tercera.
El pasado domingo, en una Ciudad Deportiva con una entrada como en los buenos tiempos (mil espectadores, novelero arriba o abajo), se logró sumar un punto frente al actual líder del Grupo I, el Deportivo B, en uno de esos encuentros que los cronistas de antes llamaban malo de solemnidad. Una castaña de partido, dicho en plata. Un tostón. Aburrimiento dominical en las gradas. Cierto es que el Lanzarote lo afrontaba con media decena de bajas (federativas, porque nuestros jugadores sólo se lesionan con la lengua), pero bien mirado hasta habrá que dar que buenas esas tablas en el marcador, visto lo visto en el campo (nada). Al contrario que el Real Madrid, El Deportivo dejó claro sobre el césped de mentira que no encabeza la clasificación por mera casualidad. Tampoco jugaron a casi nada, pero ahí se nota que hay un equipo.
Ahora el gran problema es que nadie quiere hacerse cargo de la UD Lanzarote, pese a la buena e inopinada situación clasificatoria. El todavía presidente quiere abandonar la nave (lleva meses intentando escapar), pero no hay nadie dispuesto a hacerse cargo de esa carga. Y, pese a ello y contra todo pronóstico inicial y con un equipo de circunstancias (adversas), el equipillo se ha encaramado en los puestos que dan acceso a disputar -si se mantiene ahí arriba hasta los postres- la liguilla final para el ansiado ascenso con el que nadie soñaba cuando arrancó esta Liga 2007/08 (el play-off, que dicen los lenguatrapos disfrazados de falsos políglotas). Y además erigiéndose en uno de los mejores conjuntos fuera de casa. Ni en los gloriosos tiempos del vasco José Luis Mendilibar -hoy entrenador primerdivisionario- se logró tamaña proeza ni se obtuvo esa racha de inesperadas victorias fuera de esta pobre islita rica. Lástima que lo que se gana fuera se regale luego en casa, pero nadie es perfecto. De no ser por esa magnanimidad local hacia el visitante, ya nos habríamos salido disparados de la tabla por arriba. Pero ni por ésas quiere nadie implicarse en coger las riendas del máximo representativo futbolístico conejero. Es otra prueba empírica de la implicación del empresariado asentado en la isla -no necesariamente conejero- con uno de los principales embajadores de Lanzarote por esa Península e islas hermanas. ¿Tiene alguna ventaja no contar con un presidente? Sí, no escucharle decir como a un loro lo mismito que repetían todos los anteriores: “Nuestra única meta es mantenernos en la categoría”. Pero mantenerse en Segunda B es estar en tierra de nadie. (de-leon@ya.com).