martes. 29.04.2025

Aunque su negocio es la fe, está perdiendo credibilidad el Vaticano a pasos de gigante con tanto tira y afloja y tanto baile de la yenka (“adelante, detrás/, un, dos, tres”): un día existe el Infierno, al siguiente desaparece para siempre jamás, y vuelta a empezar. No es serio este cementerio. No es creíble, aunque lo diga el infalible Petrus Romano, un Infierno a tiempo parcial, como los apartamentos que vendía allá cuando el mismo Dimas en el que algunos han querido ver a veces encarnada la figura del Diablo, que está claro que si tiene alguna profesión tiene que ser la política, donde más demonios abundan, como es triste fama.

Llega la Semana Santa, que es bendita para los maestros (no los verás cortando calles en mitad del macro puente festivo, te apuesto triple contra sencillo) y demás funcionarios con poca función que ejercer. ¿Cómo no va a pecar toda esa gente sin cura, obispo ni remedio posible? Lo dejó dicho siglos atrás el saladísimo Francisco de Sales: "La tentación nunca nos halla tan flacos como cuando estamos ociosos". Era el suyo un aviso a navegantes y demás malos cristianos que aprovechan la menos santa de las semanas para darse a los peores vicios. Fue el mismo teólogo que advirtió también, para que no crea nadie que era un aburrido, que "un santo triste es un triste santo". Y sabía de lo que hablaba porque él también fue santo, a la sazón. Ya no se fabrican hombres así. Todo degenera. Mira el Cabildo, todo lo que fue aquella prestigiosa y prestigiada primera corporación insular y en lo que ha quedado: para administrar la rutina y seguir la “hoja de ruta” (o sea, el camino hacia la nada o el precipicio) de Manuela Armas, esa mujer de acendradas convicciones políticas (ayer nacionalista, hoy socialista de toda la vida y mañana Dios dirá, como lo del Infierno Guadiana que se traen montado en el vacilante Vaticano).

Allá cada cual con su conciencia, si la hubiera o hubiese, pero llega la Semana Santa. Un respetito ahí. La fecha (por no decir la festividad, que queda feo en esta concreta ocasión) ya no es lo que era, de acuerdo, pero dice el dicho que donde hubo siempre queda... o debería quedar, para que no se diga que no sabemos guardar las tradiciones que nos legaron nuestros ante-pesados.

Hermanos, no creamos a los que cantan alabanzas del pecado. Cierto es que el genial burletero Oscar Wilde aseguraba que la única diferencia entre el santo y el pecador es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro. Pero no hay que olvidar que Wilde, además de muy coñón, era homosexual (por decirlo en lenguaje políticamente correcto), y por lo tanto pecador a ojos de la Iglesia. De esa misma Iglesia que si un día se decidiera (o se decidiese, que sería aún peor) a expulsar de la misma a todos los pecadores y a todos los homosexuales, a lo peor se quedaba sin predicadores. Dicho sea siempre sin ánimo de señalar a nadie, Dios nos libre.

La última vaticanada ha sido la de ampliar el catálogo de pecados capitales (que “son los que se cometen en Arrecife, la capital de Lanzarote”, como respondió un torpe alumno de Segundo de BUP del Instituto Blas cabrera Felipe en un examen de Religión, de cuyo nombre no quiero ni acordarme porque se parece al mío como una gota de agua a otra gota de agua). Algún ecologista de Adena o por ahí se ha infiltrado en la Iglesia y anda pasándose por Moisés y abduciendo al Papa para que castigue con el Infierno de quita y pon a los que no reciclen la basura. Con lo cual no quiero ni pensar el fuego eterno que el Creador les tiene reservados a los mentirosos de la política que han dicho que en Zonzamas se recicla todo lo que les llega. Vete y compruébalo tú mismo, lector de poca fe. (de-leon@ya.com).

Recoge el chicle, pecador
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