miércoles. 30.04.2025

Se fue el hombre que nos había enseñado a todos los que pertenecemos a la humilde cofradía del columnismo diario que el periodismo también puede ser parte de las bellas artes. Pero el escritor puede hacer burla de la propia muerte, que sólo alcanza a llevarse el cuerpo, no la obra del difunto, que no muere del todo mientras le sea útil a alguien. Y el admirado/odiado Umbral debía tener alguna utilidad cuando tantos le imitaban... o lo intentaban, tal que Ángel Antonio Herrera y por ahí. Saben los sufridos lectores de esta tribuna impresa y digital de mi confesada devoción umbraliana, pues en mil y una ocasiones he traído aquí su nombre y su ejemplo literario, que está por encima de otras mezquindades y ruindades humanas, como las que le negaron su acceso a la Academia de la Lengua. Mientras un coloso de las letras, nuestro contemporáneo rey de la prosa, permanecía fuera de la docta Casa (se la premiaría a ella con la presencia de Umbral, más que a Umbral con su presencia en ella), Juan Luis Cebrián lleva años ejerciendo de académico, porque la fuerza de la prosa es una broma comparada con la fuerza del poder político, como es triste fama. Fue en El País dirigido por Cebrián donde me enganché desde chinijo al estilo deslumbrante y adictivo de Umbral, que escribía demasiado bien como para seguir mucho tiempo más en un diario donde priman y premian a muchachas políticamente correctas como Almudena Grandes, Lucía Etxebarria y por ese estilo de escritorzuelas ayunas o huérfanas de estilo alguno. Allí quedé prendado del hombre que sí domina un idioma tan poderoso y rico como el español, al que redescubre, moldea y recrea en cada frase, en cada neologismo, en cada metáfora deslumbrante, que son siempre un hallazgo literario único. Por eso Umbral es inabarcable, como Lope. E inclasificable, como sus maestros Quevedo o Valle Inclán.

Me entero en la radio de la muerte de un Umbral que ya no era ni sombra de lo que fue, luego de sus últimos episodios clínicos. Y al momento me imagino a las televisiones sacando a pasear aquella anécdota de cuando este titán literario tuvo que vérselas con la reina de la telebasura, la presentadora impresentable Mercedes Milá, que le había convocado para hablar de su nuevo libro y se dedicó a lo de siempre: bobiar, por decirlo en canario. En estos tiempos de perdición catódica, los zotes guardan en su memoria de zotes las payasadas de Cela o la reacción de Umbral en el engañabobos de la mala Milá, ignorando que en el circo televisivo sólo valen las payasadas porque si vas a hablar de tu libro (como Umbral ante la misma Milá de las "nominaciones" y otras tremendas patadas al idioma) te tomarán por pedante y antipático. Nunca había visto hablar a Cela en ningún otro programa de televisión digno (y antes había alguno) de succiones de agua de una palangana, pero a la necia presentadora sensacionalista hay que hablarle en su idioma para que, entre bobada y bobada, se entere de que está ante el autor de “La Familia de Pascual Duarte” (total, una novelita de nada), o ante el mejor escritor de periódicos que vio España en la última mitad del pasado siglo XX.

Una columna se me queda chica para decir todo lo que quisiera del columnista mayor del reino, ejemplo andante, acaso el más excelso, de que la mejor literatura se hace hoy en los periódicos... y la peor también, pero eso es otro debate (Umbral preguntaba habitualmente qué carajos les enseñan en la Universidad a los chicos que hoy ejercen el oficio). El que más lustre dio al periodismo no era periodista (titulado). A veces pasa. O sea. (de-leon@ya.com).

Todos quisimos ser Umbral
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