A pesar de vivir, o a lo peor precisamente por eso, en una isla cuya economía depende casi al cien por cien, de forma directa o indirecta, del monocultivo al que llamamos turismo (otra vez hemos vuelto a cometer el inmenso error de colocar todos los huevos en una misma y única cesta, indiferentes y ajenos a las lecciones o avisos que nos ha ido dando la historia), y a pesar también de que llevo media vida escribiendo casi a diario sobre la actualidad insular, apenas he dedicado artículos, comentarios radiofónicos o tertulias televisivas al bendito/maldito sector. Ni en tiempos de vacas gordas ni en vísperas de hecatombes como la que ya es obvio que se nos viene encima, por más y por mucho que lo nieguen esas teóricas autoridades que más parecen “atrocidades”, como dicen que las llamaba con sobrado tino y acierto un sacristán de la Iglesia de San Agustín, en Gran Canaria, para advertir al cura párroco cada vez que se acercaba por allí algún representante político.
Apenas me he pronunciado aquí sobre tan delicado asunto porque me gusta pensar que maestros mucho más doctos debe tener esa otra iglesia. Que hablen ellos, aunque no a todas esas supuestas autoridades o expertos en turismo les tenga mucha ley, puestos a contar verdades. Y además me malicio que suelen repetir casi siempre un mismo discurso hueco y manido, repleto de las mismas frases hechas y lugares comunes. Ahorita mismo hay una consejera conejera como máxima autoridad regional en turismo. No tengo muy claro cuál es su posición con respecto a la crisis de la que todo el mundo te habla y no para. No he terminado de deducirlo de algunas de sus palabras que he ido leyendo a salto de mata en la prensa. Una prensa en la que, por cierto, su gestión, si la hubiera o hubiese, empieza a ser duramente criticada. No me invento nada. Está escrito y publicado.
Sin nombrar en ningún momento de forma directa a nuestra paisana lanzaroteña, recientemente firmaba una columna en las páginas del ABC José Francisco Fernández Belda, en la que advertía que, al contrario de lo que sucede en Canarias, “en otros países y en todos los tiempos se ha puesto la imaginación en las campañas de promoción”. Por aquí abajo, las autoridades suelen asistir a todas las ferias turísticas habidas y por haber en todo el planeta, como es triste fama, pero la imaginación u originalidad (aparte la presencia de consejeros y concejales y adosados de unos y otros que nada tienen que ver con el turismo, que sí que es una nota pintoresca, desvergonzada y original a más no poder en esos “fitures” y demás orgías dilapidadoras) ha brillado invariablemente por su ausencia, por utilizar otra frase hecha, tan del gusto de los políticos que padecemos. Escribía Fernández Belda que “lo que no parece que se mueva mucho son las ideas básicas para invertir la tendencia a la ruina del sector. Sigo creyendo que hay cosas más importantes que la tan cacareada renovación. La primera es no seguir con la sangría de turistas y tratar de captar nuevos clientes. Eso se logra con una promoción inteligente, no con otras que se han demostrado ineficaces al tiempo que sesgadas. Estas últimas son las contratadas por Promotur, otra nueva sociedad pública creada por la Consejería de Turismo para hacer lo mismo que Saturno, que ya existía y sigue existiendo. Doble gasto, infinita menos eficacia que ayer y hoy. (...) De momento, los que crean en los milagros deben correr a poner una vela a Santa Rita para que ilumine a los nuevos gestores. Amén”.
Es la frase que escuchas de último en todos los bares, hoteles o restaurantes por los que te dejas caer: “La cosa está muy floja”. Y la cara de algunos cuentistas cada día más dura, para mi gusto. (de-leon@ya.com).