Después de llevar ya varios años en al cargo sin cargas, pasando casi tan desapercibido como la gestión que se supone que está llamado a realizar, al Diputado del Común de Canarias, don Manuel Alcaide, lo empiezan a cuestionar seriamente en la prensa tinerfeña y grancanaria, que es la única que chicharreros y canariones creen que existe (las mini ediciones en las que ellos llaman islas menores van en picado; se reducen páginas dedicadas a esta pobre islita rica sin gobierno conocido, las portadas se van desconejerando, se prescinde de redactores... es la crisis, que a todos afecta). A otros el nombre del hombre que nos defiende (no se me ría nadie, que un respetito es muy bonito) nos importa tres pimientos. Es el cargo, o la supuesta función la que se ha de realizar desde él, el que no nos ofrece ni la más mínima confianza. Ni ahora ni nunca antes. Así lo hemos dejado escrito en esta columna en más de una ocasión. Lo del Diputado del Común, o Defensor del Pueblo lugareño, es un camelo político. Otro más, quiero decir.
El actual Diputado del Común (Denominador) de Canarias, encima, tiene dicho y repetido que los lanzaroteños nos quejamos poco ante esa institución. De hecho son/somos los que menos nos quejamos de entre todos los canarios. Lo cual es tanto como decir que los de Lanzarote somos conejeros, sí, pero no tontos del todo. De tontos sería, en efecto, que los conejeros hagan/hagamos el conejo o el canelo acudiendo en amparo de una pomposa institución que no consta que le haya arreglado un problema serio a nadie, salvo involuntario error u omisión por mi parte. Hasta ahí podíamos llegar, cristiano. Con el poco tiempo que tenemos para atender los asuntos serios, como para perderlo en bromitas y boberías bobas, como dice el canario viejo cuando se pone a hacer arte de la redundancia.
La reciente historia política de España ha demostrado empíricamente que el mencionado Defensor del Pueblo es, antes que nada, Defensor de su propio cargo. En Canarias, al supuesto Defensor del Pueblo lo hemos dado en llamar -como queda dicho- Diputado del Común, que tampoco es mal chiste. Pero en la "buena labor" del Diputado del Común sólo cree él (es el único que ve un resultado palpable o tangible: cobra a final de mes). Por lo demás, nadie más. Y de igual manera que el sentido común es el menos común de los sentidos, queda claro también que el Diputado del Común es el menos común de los diputados.
Ya hemos apuntado que no se tiene público conocimiento de que se haya defendido, ayudado o arreglado algo a ningún canario desde la citada institución que es una magnífica excusa -otra más- para crear un cargo innecesario con el que justificar el enganche del amiguete de turno y los “adjuntos” de éste.
Casi desde que el mundo es mundo, siempre ha habido vendedores de humo. Y lo peor es que nunca les han faltado clientes. La gente es muy crédula, como es triste fama. Basta ver que todavía quedan individuos que acuden a votar. De ilusión también se vive.
¿Qué Diputado del Común nos defiende a los canarios del vendedor de crecepelos electoral? Ahí te quiero ver, escopeta. (de-leon@ya.com).