El PSOE radical, o sea el que toca, la cogió un día con las estatuas ecuestres de Franco y las metió a todas en un almacén, donde se irán pudriendo. Ahora la tiene tomada con las cruces: primero las retiró de los despachos oficiales, lo que no me parece ni bien ni mal, y ahora quiere cargarse las de las calles. Que vengan aquí, al Puerto de la Cruz, a bajar las miles de cruces de las casas, a ver la que se arma. Parece como si los sociatas más rancios tuvieran poco que hacer, pocas cosas de las que ocuparse, y de vez en cuando les entrara el furor laico; y entonces se ponen a derribar pedestales y a desenterrar tumbas. Bueno, allá ellos, que a mí la verdad es que nada de eso me interesa, ni siquiera la exhumación de Franco. Me la trae al pairo que el dictador descanse en Cuelgamuros que en el cementerio de El Pardo. Me da igual que el Pazo de Meirás pase al Estado o a la Xunta, porque no pensaba ir a veranear allí; y me la suda que a la finca del Canto del Pico le caiga un rayo, porque nunca he tenido finca y a estas alturas tampoco pienso tenerla. Quiero decir que las veleidades del PSOE y las fuerzas de la Naturaleza me resultan ciertamente indiferentes, pero me da rabia que todo lo hagan al tran-tran (menos las fuerzas de la Naturaleza, que no dependen de ellos, de los sociatas más arrechos). Este país nunca volverá a ser algo útil al mundo mientras no entierre los odios y me da que la cosa va a ser difícil de conseguir con los que están, que lo que quieren es joder a los que no están. La pandemia me ha vuelto reflexivo, casi rechazo la calle y me he convertido en un eremita con televisor. Y a mucha honra.
Publicado en Diario de Avisos