martes. 22.04.2025

El mundo en manos de Trump y Musk

Sin ningún tipo de dudas Trump es un auténtico psicópata. Según Naomi Klein en su libro Decir NO no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos, el dominio de Trump del género del espectáculo televisivo, fue clave para la construcción de su imperio empresarial y su llegada a la Casa Blanca. Aplicó y las seguirá aplicando, las mismas habilidades que mostró en un programa televisivo The Aprentice, la creencia de cortar, montar y tergiversar la realidad para encajarla en un guión con el objetivo de magnificar su figura para transformar los Estados Unidos y todo el mundo. Estremece el desprecio a la ética mostrado en ese programa, cuyo tema explícito era la carrera por la supervivencia en esta jungla del capitalismo actual. El primer episodio se iniciaba con un plano de un sin techo durmiendo en la calle; es decir, un perdedor. A continuación aparecía Trump en una limusina, todo un símbolo del ganador por excelencia. No había la menor ambigüedad en el mensaje: puedes ser el tío tirado en la acera o Trump. A eso se reducía el sádico drama del programa: juega tus cartas bien y sé el ganador afortunado o el humillado que después de abroncarte tu jefe te despide sin contemplaciones. Era toda una cultura: tras décadas de despidos colectivos, implantación de la precariedad y de degradación de las condiciones de vida, Mark Burnett, el productor del programa, y Trump daban el golpe de gracia: la conversión del despido en un entretenimiento para el público. El programa divulgaba el triunfo del libre mercado, instando al público a ser egoísta e implacable, y así, serían héroes, de los que crean puestos de trabajo y potencian el crecimiento. No seas buena persona, sé un cabronazo. En temporadas posteriores, la crueldad del programa se incrementaba. El equipo ganador vivía en una lujosa mansión, sorbiendo champán en tumbonas en una piscina, y llevado en limusina a conocer a famosos. Al perdedor lo expulsaban a unas tiendas de campaña en el patio trasero, el «camping de Trump». Este los llamaba «los pelaos», viviendo sin luz, comiendo en platos de cartón, durmiendo con aullidos de perros de fondo y espiando a través de un seto las maravillas de los «montaos».

Y este caballero ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos, donde contará con la presencia de otro psicópata,  Elon Musk, al cual lo describe Diego Iglesias en su artículo ¡Viva la libertad de expresión, carajo! Debería titularse mejor ¡Viva la libertad de excreción, carajo! Musk tras comprar X, entonces conocida como Twitter, por 44.000 millones de dólares en 2022, prometiendo convertirla en una plaza pública, lo primero  que hizo fue despedir al personal encargado de la moderación de contenidos de la red. La autoregulación se volvió mucho más laxa. Hoy no te cierran la cuenta si atacas a alguien. Es decir, inclinó la cancha todavía más en favor de los usuarios más desaforados. El tipo más rico del planeta, cegado por el odio, compró una plataforma para destruir a los que no piensan como él. De ahí la sintonía con Milei, Trump y Bolsonaro y la jauría digital libertaria. Si la red ya era un lugar donde siempre preponderaron las emociones negativas, ahora las agentes del caos tienen todo a su favor. X no es un campo que no tenga normas, sin límites. Tiene autorregulación, la que establece Musk, que no se orienta por la ética sino por una racionalidad económica, la maximización de sus beneficios. Las sociedades polarizadas le rinden. Por eso fomenta el enfrentamiento con el algoritmo de X. Además él mismo, es una novedad, se suma a la discusión política plenamente radicalizada. Hace política desnudo, muestra lo que piensa. No hay máscara”.

Y en manos de estos personajes está el futuro del planeta. Que Dios nos coja confesados. Parece una auténtica distopía.

El mundo en manos de Trump y Musk
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