lunes. 28.04.2025

1.- Un artículo, excelente, del catedrático José Manuel Otero Lastres , el lunes, en ABC, hablaba de la vida y de los recuerdos. Decía, entre otras cosas, que tiene razón el novelista inglés Samuel Butler : "Memoria y olvido son como la vida y la muerte. Vivir es recordar y recordar es vivir. Morir es olvidar y olvidar es morir". Insistía el profesor Otero en que "de todos los recuerdos que pueden acompañarnos hasta el final de la vida el más reconfortante, el que nos hace sentir más vivos, es sin duda el del amor, sobre todo cuando perdura más allá de circunstancias en las que se rompe la unión entre el cuerpo y el alma, como ocurre en ciertas enfermedades mentales y con la muerte". Tengo la costumbre de recorrer, de vez en vez, los escenarios de mi niñez y de mi infancia. Me resulta fácil porque todo transcurrió entre el Puerto de la Cruz y La Orotava, a un tiro de piedra de cualquier rincón por los que transito cada día. Busco huellas inverosímiles, casi milimétricas: el hoyo de los boliches, una inscripción de amor en el tronco de un árbol, la piedra en la que dejé mi sangre jugando al fútbol. Algo he encontrado.

2.- Los recuerdos nos asedian, desde fotografías cuyos fondos significan los escenarios de tu infancia y en cuyo frente figuran tus amigos, algunos de los cuales se han ido; hasta una mesa, precisamente sobre la que ahora escribo, que ha sido glosada aquí en el pasado como si fuera una persona. Porque esta vieja mesa de caoba de mi padre, de mi abuelo y de mi bisabuelo está llena de muescas de mi infancia y de mi juventud. Y de lágrimas. Es toda una agenda de recuerdos, a pesar de los sucesivos raspados y capas de barniz de muñeca que ha sufrido. Una especie de retrato de Dorian Gray de madera, siempre lustrosa y joven, sin que le importe mucho su vejez.

3.- "Esos (la estancia, el cuadro, el mueble) son los hilos para acceder al ovillo en el que descansan, enredados, los recuerdos", añade el profesor Otero Lastres. Siempre he sentido una gran atracción, rayana en la dependencia, por los viejos objetos, tan llenos de vivencias. Y los imagino en las manos de sus dueños anteriores, atentos a sus costumbres, y en su época, sirviéndoles a ellos y también a la historia. Una vieja máquina de escribir, una pesa pequeñita, un antiguo gramófono o el ropero donde descansaban las prendas almidonadas, custodiadas por bolas de naftalina. Quizá estas jornadas, más pacíficas que de costumbre, de la Semana Santa llamen a la evocación. Casi al final, cuando uno echa la vista atrás, necesita aliviar la mochila de los recuerdos para eliminar algo de tensión.

achaves@radioranilla.com

Reflexiones casi al final
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