lunes. 28.04.2025

Ahora que todos los partidos (enteros y rajados) se agarran al palabro hueco y tramposo de la sostenibilidad (ahí tienes a Manuela Armas, la que más repitió la mentira y la que menos hizo por convertirla en verdad), todos apoyan lo insostenible de las acampadas en la mismísima Reserva Mundial de la Biosfera y dos piedras. ¿Y eso no es una contradicción, cristiano? Sí, pero es que los campistas también son votantes potenciales. He ahí la madre del baifo. Coherencia se llama la figura. Figúrate.

Llega Semana Santa y ya andan los medios mareando la perdiz de siempre: si se puede o no acampar este año aquí o acullá, en San Juan o en San Pedro. No, no me sumaré al “clamor popular” que dice la prensa presa de la demagogia que se ha desatado en toda la isla y parte del extranjero porque en algunas zonas costeras no se permitirá este año, fitetú, emporcar la zona. ¿A dónde vamos a llegar?

Noches atrás escuchaba en la radio del coche una frase antológica, creo recordar que pronunciada por Pedro de Armas: “Hay que entender que no todo el mundo tiene dinero para pagar el alquiler de un apartamento, y por eso tienen que ir con sus caravanas al camping” (Pedro tiene idiomas, así que le vamos a disculpar el innecesario anglicismo). No sé a cuánto va ahorita mismo el kilo de caravana, pero fue el mejor chiste que contó el miembro del PNL (con perdón por la forma de señalar). ¿No fumas, inglés? Ah, bendito populismo electoral, que permite que la gente diga las más solemnes tonterías y ni siquiera se dé cuenta cabal del disparate…

Balones al suelo, ahora que empieza lo bueno en el fútbol: en la isla de la falsa sostenibilidad es insostenible la proliferación de estos chiringuitos playeros, por mucho que con el calor lleguen siempre los campistas y detrás de ellos, aplaudiéndoles su mal gusto porque en el horizonte huele a urnas, los políticos en pleno celo electoral disparatando algo más de la cuenta o de lo habitual con tal de pescar en el río revuelto del vulgo playero encarnado en los cara-vanistas más carcas (tan jóvenes/tan viejos y vistos) y demás fauna fosilizada que no se ha enterado aún en qué tiempo vive y en qué minúscula ínsula barataria pisa. Las acampadas playeras son puro mimetismo generado por lo que hemos visto en el cine y en la tele, pero no tiene una mínima lógica ni una mala justificación ni un mal pase en el requetemotorizado Lanzarote actual, así digan misa o añadan el sermón semanasantero los fieles a esa extraña religión infantiloide del culo veo culo quiero.

Nunca entenderé qué hace un conejero, en pleno siglo XXI, acampando varios días o semanas frente a la playa, disfrutando de las incomodidades de la naturaleza. El que menos tiene, incluso en plena crisis zapatera, aparca dos coches frente a su casa, o dentro, si posee garaje propio, y lo más lejos que puede estar un lanzaroteño en su isla de la playa más cercana son diez o quince kilómetros, a todo meter. Puede prescindir incluso del coche y ejercer el sano ejercicio de caminar, que es el secreto de la longevidad, como saben y aconsejan los más viejos del lugar: “Poco plato y mucho zapato”. En los continentes, en la Península española y por ahí se puede entender y hasta disculpar todavía la afición por la acampada playera, pero en esta pobre islita rica sin gobierno conocido no tiene explicación lógica, salvo la de la pura novelería y el ya mencionado mimetismo muy propio de primates.

Los políticos en pleno celo electoral, que no han leído a Lope de Vega ni a Vega de Lope, como es triste fama, pero que son sabedores de que hay que darle la razón al pueblo aunque no la tenga y de que mimar a los caravanistas puede agenciar votos, se han lanzado en plancha en defensa de “los derechos inalienables” (no se me ría nadie, que un respetito es muy bonito) de los campistas campanudos de San Juan, Papagayo y por ahí. Bótalos a la marea, que marean.

NOTA AL MARGEN (o no tan al margen): La jocosa prohibición de inaugurar obras en vísperas electorales por parte de los políticos ha obrado el milagro de que estén proliferando, como por ensalmo, homenajes y declaraciones institucionales (hijos predilectos y similares) hasta debajo de las piedras. ¿Se fijaron? Vayan con cuidado ahí afuera, no les vaya a caer encima algún homenaje público que al final sólo sirve para publicitar gratuitamente, pero con el dinero de todos, al político de turno que lo concede graciosamente. El que hizo la ley hizo la trampa… y se colgó la medalla. (miguelangeldeleon@gmail.com).

Acampa en tu casa, cariño
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