A pesar de tener hijos (mira qué pecado en un partido que hace bandera del fomento de la natalidad), Astrid Pérez conseguía en la misma noche electoral americana del 4 de noviembre el respaldo mayoritario de los compromisarios del PP (58 frente a 21, a pesar también de la suma que a lo peor restó por parte del candidato fallido Lorenzo Lemaur), y tiene la presidencia insular del Partido Popular conejero a tiro de piedra, si no le pegan antes otro tenicazo procedente de sus propias filas, que es de donde le ha llegado casi todo el “fuego amigo” desde que se supo que optaba a ocupar el cargo que venía desempeñando interinamente (ejem...) María Dolores Luzardo de León (Loly para los amigos y demás personas piadosas), que no se ha cubierto precisamente de gloria en el desempeño de una misión en la que ido de torpeza en torpeza hasta la derrota final.
Este triunfo parcial y aún no definitivo de Astrid, porque es obvio que ha ganado una batalla pero no la guerra (que ha sido sucia como pocas veces se había visto por aquí abajo, con enemigos infiltrados intramuros del PP y una ridícula campaña mediática asaz mediocre), me congratula no desde un punto de vista ideológico (no votaría al PP ni a ninguna otra formación política hartito de vino peleón), sino meramente egoísta: me ha hecho ganar a su vez varias apuestas, y espero que los que ya están debiendo alguna cena no se me rajen al final (culpa mía si así lo hicieran o hiciesen, por fiarme de la palabra de políticos y periodistas, que son lo peor que hay, como es triste fama).
Aunque en principio tenía todo a su favor, barrunté en la radio días antes del congreso de Coalición Canaria que Torres Stinga no volvería a repetir como presidente (está grabado, no me invento nada). Y, aunque en principio tenía todo en su contra, barrunté repetidamente en la misma emisora el triunfo (no definitivo aún, insisto) de Astrid. En ambos casos me basé en simples o simplonas corazonadas, por aquella otra razón de peso de que las mías nunca me han engañado hasta hoy. Y en ambas ocasiones insistí en el amor propio y la vergüenza torera que se supone que deben tener todos los militantes del PP que no podían consentir que se consumara la gran trampa que entre Soria, Loly y compañía de cargos públicos e impúdicos le habían tendido al partido, para seguir manteniéndolo maniatado, como en la lamentable etapa de la “gestora Duracell” de Loly (la bombera pirómana), que de durar unos meses más en el cargo habría convertido al PP en un erial. Eso por no hablar de aquella otra broma pesada de la supuesta “candidatura de consenso” ofrecida por la otra parte contratante, que consistía básicamente (bueno, era condición “sine qua non”) en la renuncia de Astrid a batallar por la presidencia. ¿No fumas, inglés?
El triunfo de Astrid contra todo pronóstico (a excepción de alguna corazonada de algún despistado como el que esto firma) es otra sonora bofetada sin manos a un José Manuel Soria al que le pierden las formas (autoritarias). Y si al final se hace con las riendas del PP en Lanzarote, Astrid Pérez (a la que una vez cesaron de un alto cargo orgánico en su partido mientras participaba en un debate televisivo al que se me ocurrió invitarla) se topará con más espinas que rosas en su camino. A veces los enemigos no hay que ir a buscarlos muy lejos, porque en política siempre estás rodeado de ellos... sobre todo en tu propio partido, como ha vuelto a quedar más que claro en el PP conejero. (de-leon@ya.com).