Ella ha colaborado en ocasiones en algunos de los medios de comunicación asentados en Lanzarote, y a lo mejor -o a lo peor- precisamente por eso habla con mayor propiedad y conocimiento de causa del caso. Y el caso, que casualmente no le ha pasado solamente a ella, me lo cuenta en un correo electrónico que me enviaba tiempito atrás a la misma dirección que aparece justo al final de esta misma columna. Como me ha dado permiso para hacerlo público en esta mismita tribuna impresa y digital, a condición de que no cite su nombre y apellidos, procedo a reproducirlo a continuación, por ver no más si la situación les resulta familiar a alguno de los sufridos lectores. Tal que así me lo contó ella, textual y literalmente:
“En los primeros días de 2007, todavía en plenas fechas navideñas, me asaltaron en plena calle y a plena luz del día. Encima, me violaron. Violaron mi espacio, mi intimidad, mi derecho a la imagen y mi tiempo. Todo seguidito. Sucedió cuando iba con mucha prisa justo por el centro de Arrecife porque había quedado con una persona concreta a una concreta hora y ya llegaba con unos minutos de retraso. Precisamente yo, que aunque soy canaria, odio la impuntualidad... sobre todo la ajena, pues es un claro signo de falta de respeto por el tiempo del otro. Y entonces va y se me cruza en el camino una muchacha con un micrófono en la mano, que por el tamaño del aparato más valdría que lo llamaran macrófono. Me lo coloca justo a la altura del hocico y me interroga si no me importaría contestar a una pregunta para no sé qué informativo de una tele local de las muchas que han surgido en la isla como papas crías. Contesto con la mano, apartándole el aparato de mi cara e intentando seguir mi ruta, pero la confianzuda se resiste a dejarme libre el camino, mientras el que lleva la cámara ya ha debido grabar toda la escena, no sé con qué permiso ni derecho. “Pero si sólo es una preguntita, mujer”, insiste la pesada, que acaba formulando la trascendente cuestión: “¿Qué le parece a usted la Navidad?”. Sin mirarla a ella ni al cámara, y sin dejar de caminar, dejo caer la más sincera de mis respuestas: “Muy aburrida y tonta, mi niña, como tu pregunta”.
Sí, llegué tarde a mi cita. Y tuve que improvisar una excusa creíble y convincente: “Perdona la tardanza, chico, pero es que me acaban de asaltar y violar en plena calle...”
Si para esto inventó el hombre la televisión, guárdeme una cría”.
¿EXAGERADA?
Ni quito ni pongo rey, aunque abogo por la república de hombres libres, pero es obvio que cuando ella habla de violación exagera, sobre todo porque crea un agravio comparativo con sus congéneres que sí han sufrido violaciones en el más grave y extenso sentido de la palabra. Pero que los medios de comunicación a veces (muchas más de las necesarias, para mi gusto) violan el espacio, el tiempo y hasta la intimidad del ciudadano teóricamente anónimo (aparte de los famosos de la prensa del vómito, que por lo general se han ganado a pulso la persecución mediática o mediocre), parece indiscutible a estas alturas del relajo y del esperpento infraperiodístico.
Eso por no hablar del totorota (o del totoroto, como añadiría doña Manuela Armas, a cuyo discurso de investidura como presidenta del Cabildo le debo un artículo; todo se andará) que cree que el hecho de llevar un micrófono en la mano y un guardaespaldas armado de una cámara al hombro le da permiso o patente de corso para ir haciéndose el gracioso, formular preguntas tontas y esperar, encima, que el asaltado (o violado, según la mensajera del correo electrónico) tenga que derrochar con él toda la paciencia que igual no gastaría ni con el pariente más cercano y entrañable. Una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas, si las matemáticas no engañan. Lo mismito que una cosa es que Román Rodríguez, cuyo perro no tiene rabo pero sí la rabia, sea un tránsfuga (que lo es, a fe mía), y otra cosa es que ese hecho se lo afeen, precisamente, los que se han hinchado a reclutar tránsfugas hasta ayer mismo. (de-leon@ya.com).