Después de varios días seguidos temperaturas muy bajas en el pueblo, con un frío que no recordaban ya ni los más viejos de San Bartolomé, amaneció el sábado con un sol precioso y calentito. Y así fue que, allá por el mediodía, todos nos sentamos en el enarenado de durante un buen rato, hasta que nos fuimos a comer. Todos menos Néstor, claro, que prefirió seguir tendido al sol durante algunas horas más.
-Chacho, con el solito tan bueno que hay yo no tengo ni ganas de comer. Me quedo aquí para aprovecharlo, porque a lo mejor mañana vuelve el frío.
-Ten cuidado, porque se te puede meter el sol en la cabeza...
-Eso son cuentos de viejas.
Sí, eran cuentos de viejas. Pero Néstor acabó agarrando algo malo que lo tuvo después en cama con vómitos y mareos. Así mismito se lo dijo el médico a su madre:
-Cristiana, el muchacho lo que tiene es una insolación. Ha cogido mucho sol en la cabeza.
Y la madre de Néstor, que cree más en las curanderas que en los médicos, como casi todas las mujeres del pueblo, tiró con él para la afamada curandera de Guatiza.
Allí, la extraña mujer trajo agua en una palangana y otros potingues. Llenó luego un vaso y lo colocó, boca abajo, sobre la cabeza del enfermo y empezó a rezar una letanía, mientras el vaso se iba vaciando sobre la cabeza dolorida. Después, la santiguadora empezó a apretar con las palmas de la mano la cabeza del anonadado y asustado Néstor, por los lados de la cocorota primero y al ratito de delante hacia atrás y luego de atrás hacia delante. Finalmente, fue enrollando con su dedo índice derecho los pelos del chinijo, de los que daba fuertes tirones secos, hasta lograr que la piel restallara, seguido siempre de un grito del paciente, mientras la mujer repetía una y otra vez el rezado:
-Astro Sol santo,
“sálete” de aquí,
que el mar no puede
estar sin agua
ni el cielo sin ti.
Así como el monte
se quedó sin leña,
el mar sin su agua
y el cielo sin ti,
tu divina pierna
tire el Sol de aquí.
Así como el monte
se quedó sin leña
y el mar sin agua,
salta, Sol, de aquí
y vuélvete al mar,
del que no te adueñes
ni regreses más.
Ni siervo ni sierva
del Señor serás"
Al día siguiente, Néstor aseguró en su casa que ya no estaba enfermo. Pero delante de nosotros seguía doliéndose de la cabeza.
-Ahora lo que no sé es si me sigue doliendo porque todavía estoy “asoliado”, o por los tirones de pelo que me pegó aquella mujer. Pero yo con tal de no volver allí le dije a mi madre que estoy sano como una manzana. A mí no me vuelve a llevar ella a Guatiza ni muerto. (de-leon@ya.com).