Nos acordamos cada 6 de diciembre de la Constitución y los padres que la parieron porque nos facilita anualmente uno de los tantos megapuentes festivos de los que disfrutamos (unos más que otros, valgan verdades) en España e islas de ultramar. ¿De qué si no? Otra prueba más, por si había alguna duda en el aire, de que nadie se termina de tomar en serio la maldita/bendita crisis económica que dicen que sufrimos en medio mundo y parte del extranjero. Yo el primero, que conste, pero porque nunca creí en el Sistema Monetario Internacional y mucho menos en sus apóstoles (economistas o enterados de la caja del agua que nos hablan todo el rato de estas latas, como si supieran o supiesen algo al respecto… aunque ninguno le vio las orejas al lobo hasta que ya fue demasiado tarde, como es triste fama).
Al respecto de la Constitución que dicen que nos dimos los españoles a nosotros mismos (así de generosos somos), madrugadas atrás hacían en televisión una de esas estúpidas encuestas “a pie de calle” para preguntarles a los que agarraban a salto de mata sobre lo que sabían o ignoraban de la también rebautizada como Carta Magna. Conclusión: cero batatero. La gente ni sabe ni quiere saber nada de la manoseada matraca de marras, y todos los consultados hablaban de lo que verdaderamente les importa: los días libres que se iban a tomar o no con la bendita excusa de ese puente también conocido como el de la Inmaculada Constitución.
Lo escribía este mismo martes, día de autos, Secondat en las páginas del diario El Mundo, en hablando de la tristeza constitucional: “Tendríamos que estar jubilosos hoy, día en el que conmemoramos el 33 aniversario de nuestra Constitución. Nos costó mucho salir de la dictadura y en 1978 conseguimos poner en marcha un régimen de libertades públicas y participación ciudadana. Sin embargo, todas las ilusiones de aquellos días no se han realizado. Se percibe en el ambiente un desánimo generalizado. Predomina la tristeza. […] Nuestra luz constituyente se halla efectivamente tapada por la tristeza. Se percibe una vida política en el reino de las sombras: desempleo agobiante, corrupción, antiespañolismo, escándalos en las alturas… E igual que ocurría durante el franquismo, sólo nos consuelan los éxitos en los deportes”.
Ni siquiera los profesionales de la cosa pública (políticos y por ahí seguido), saben gran cosa de eso mismo que luego van y celebran en patéticas ceremonias con izadas de banderas y suelta de palomas y palomos. La inmensa mayoría de esos vividores de lo público no ha visto –mucho menos leído- el librito en cuestión ni por el forro.
¿Los políticos lugareños? Lo tienen fácil: como ya han dejado los deberes hechos y la isla arreglada (sólo hay que verla, malempleadita), la casi totalidad de los cargos que sufrimos con sus correspondientes cargas (económicas) aprovechan el jacío (canarismo que no aparece en el mismo DRAE que recoge el nombrete de “concejala”) de esta tonta semana inútil de la Constitución -inmaculada pero sin exagerar, como la que iba embarazada pero sólo un poquito- para tomarse un inmerecido descanso allende nuestras fronteras más inmediatas. Es lo que dice el descreído viejo de islita adentro:
-Oh, el problema no es que se vayan sino que vuelvan, caballero…
Mientras perdemos el tiempo en naderías intra o interpartidistas, la niña -la Constitución Española actual- ya no es tan niña. La Inmaculada (Inma para los amigos y demás personas piadosas) se ha hecho adulta y anda en la treintena, aunque ni siquiera así nos cause a muchos escépticos incurables un gran respeto político, si quieren que les diga. En eso no soy nada original, ni el único ni el primero que no sacraliza el texto constitucional. Ella puede ser merecedora de todo el respeto que se quiera, pero no los que viven a su costa. Por eso, y no por simple pasotismo, vamos a votar cada vez menos.