Habrás leído en los periódicos, o escuchado en la radio o visto en le caja tonta, la noticia que servían las agencias el miércoles: los docentes de Canarias amenazaban con dar por finalizado el curso escolar. Es una forma de adelantar todavía un poco más las pocas vacaciones de las que disfruta el sufrido gremio, como es triste fama. Menos mal que ya vas conociendo el percal y has empezado a entender que, al menos por aquí abajo, docencia no es sinónimo de decencia. Mucho menos cuando van en aumento los indecentes que anteponen siempre sus egoístas intereses salariales al teóricamente sacrosanto derecho del alumnado, que parece ser el convidado de piedra en todo este conflicto entre educadores huérfanos de educación y la clase política.
Improvisaba este jueves al mediodía, en mitad de una acalorada tertulia en la radio, recordando no más que algunas cosas que deberían ser de tácito y obligado cumplimiento. En las protestas o reclamaciones laborales, por ejemplo, de los profesionales de la Medicina, se supone que pueden verse afectados o señalados con el dedo los políticos o cualquier concreta autoridad pública de Sanidad. Cualquiera menos los enfermos, que ya tienen bastante con lo que tienen. No vale jugar al chantaje utilizando a los pacientes.
Otro tanto de lo mismo cabe o vale decir de la Educación. No es admisible que acaben pagando por las inacabables exigencias de un profesorado mal acostumbrado, mimado y untado por los políticos más frívolos de Canarias los que menos culpan deben: los alumnos. Esto que parece tan de lógica elemental no acaban de entenderlo los elementos en conflicto (unos más elementales que otros, puestos a contar verdades).
En la tardecita del jueves, en vista de que la situación se les podía volver definitivamente en contra, pues se han ganado a pulso la antipatía social (e incluso de último la periodística, que hasta el otro día callaba y otorgaba la razón a los que van ayunos de ella), los sindicatos decían que no habían dicho lo que se había dicho que dijeron. La culpa, de la prensa, que ya empieza a ser enemiga. Tocaba recular, no fuera o fuese a ser peor el remedio que la enfermedad, y se imponía imitar la vieja táctica política de intentar matar al mensajero, que había publicado que los maestros (de la huelga) estaban a punto de dar por finalizado un curso que, de facto, casi no había empezado aún como es debido, entre tanto conflicto laboral y tanto pito y tanta flauta callejera desde el inicio del 2007-08. Ya sabes que hay sindicatos de clase, clases de sindicato y sindicatos sin clase (sindicalistas que no dan clases desde hace lustros, ni les cuento).
No habría médicos si no existieran enfermos a los que atender. No existirían los maestros (con sus pagas extraordinarias, sus jornadas continuas, sus vacaciones infinitas, sus puentes y sus acueductos) de no existir los alumnos y la teórica necesidad de éstos de aprender de los educadores algo más que las mil formas y maneras de chantajear a toda la sociedad e insultar a los políticos que no les dan todo (sí, todo, sin contrapartidas) lo que piden por esa boquita voraz e insaciable. No se puede (mejor dicho, no se debe) utilizar al débil (enfermo, alumno, etcétera) para chantajear al poder político que no se aviene a una imposición, pues reclamar “homologación sin contrapartidas” no es lo que se entiende precisamente por dialogar. “Homologación porque lo digo yo, y si no me llevo el balón y no juega nadie”. Por si había alguna duda sobre lo que les importa a algunos maestros los alumnos (¿has visto alguna vez a los primeros pidiendo o reclamando algo en beneficio de los segundos?), han quedado perfectamente despejada en las últimas horas.
Mira que han convocado huelgas desde cuando uno estaba en edad escolar, allá cuando chinijo feliz e indocumentado (más indocumentado que ahora, que ya es decir). Pero empiezan a perder definitivamente la simpatía de la prensa, o al menos de los periodistas más responsables, que han dicho que hasta aquí hemos llegado con el relajo pero ni un paso más, y que ya va estando bien de que todos los privilegios les caigan siempre a los mismos privilegiados. Se acabó reírle la gracia que no tiene al sindicalista sin clase que lleva lustros sin dejarse ver por el aula. Nunca es tarde si la dicha llega. Se han ganado a pulso, a golpe de capricho sobre capricho, de pedir el brazo cada vez que se les daba la mano, esa antipatía social que queda reflejada -un suponer- en los foros digitales, en donde sólo los que no saben disimular que pertenecen al gremio del yo-mi-me-conmigo defienden lo indefendible e insultan (con esa educación que les falta a los supuestos educadores) a los que no tragan con sus ruedas de molino. Si no valen para enseñar (ni siquiera buenas maneras), ahora que aprendan... (de-leon@ya.com).