Para algunos cientos de millones de hombres, las tres cosas más importantes en esta vida -e incluso en la otra, si la hubiera o hubiese-, son, por este orden: primero el fútbol, después del fútbol y finalmente el fútbol. Yo añadiría incluso una cuarta: el balompié, que es como se le empezó llamando en España en los primeros años de la llegada de esa fiebre procedente de Inglaterra, el país que inventó e inoculó el virus y que ahora ni siquiera logró clasificarse para disputar la fase final de la actual Eurocopa.
Los ateos esta religión (que alguno hay, porque tiene que haber gente para todo) se lo pueden tomar a broma, pero nada hay más serio que el fútbol. Por eso ya les supongo enterados, a tirios y troyanos, a hombres y extraterrestres, a miembros y “miembras” de la Humanidad, del comienzo el pasado fin de semana de la Eurocopa 2008, en la que España debutaba este martes y, en contra del pronóstico de los que dicen ser expertos en la materia, goleaba a Rusia por cuatro goles a uno, que se dice pronto y fácil. Por lo general, tan exagerados -y errados- suelen ser y estar los más pesimistas como los más optimistas. La prensa deportiva, por poner un mal ejemplo, no conoce el término medio: o todo blanco, o todo negro.
En una Eurocopa, como en un Mundial, estamos siempre ante el plato fuerte o principal para los comensales adictos al bendito deporte que no conoce fronteras. El fútbol es, como ninguna otra competición, el deporte global por excelencia. Mucho más global que la otra globalización con la que nos dan la vara y la tabarra diaria los adictos a las frases hechas y a las palabras-comodín, tal que los economistas y otros ilustres pateadores del idioma.
A estas alturas del siglo XXI, algunos andan preguntándose todavía si será cierto que el fútbol entontece a las masas y embrutece al más pintado. Un debate recurrente durante la dictadura de Panchito Franco, sobre todo por parte de los que iban de intelectuales, a los que no conviene confundir nunca con los intelectuales de verdad. Hace treinta y tantos años decían que el fútbol era un invento del franquismo para tener contento al pueblo los domingos. Posteriormente, algunos demagogos pronosticaron que con la llegada de la democracia el deporte rey estaba condenado a un segundo plano. Pero lo que ha pasado de moda son los partidos políticos, que entre tanta corrupción y escándalos han perdido credibilidad y afiliados. Por el contrario, el fútbol, ya metidos de lleno en el tercer milenio, vive una edad de oro. Estamos ante un fenómeno sociológico de tal magnitud que apasiona por igual en los cinco continentes, algo que no ha conseguido jamás ningún otro deporte (mucho menos un partido político o una corriente ideológica). La fórmula secreta que explica esa adicción no es tan secreta: el fútbol tiene unos ingredientes únicos que, combinados, lo hacen irresistible. Es una válvula de escape, un volcán de pasiones, un foro de polémicas, un deporte en el que todo el mundo tiene derecho a creer que entiende más que nadie... no digamos ya más que Luis Aragonés, ese presunto sabio con cara de pocos amigos y muy malas pulgas. Pese al seleccionador, ha Selección para estar en esa final... e incluso para ganarla. Y entonces la crisis parecerá menos y se hará más llevadera. Para que luego digan que el fútbol no vale para nada... (de-leon@ya.com).