Ella ya conoce esta pobre islita rica sin gobierno conocido porque tiene amistad con una colega conejera, pero ahora nos la trae en plan laboral Pedro Almodóvar para que protagonice su próxima y publicitada película (otra cosa no sabrá vender el manchego, pero el humo como nadie). Ella responde a ese nombre que nos remite a la mejor literatura clásica (todo lo que vino después de aquellos griegos egregios es mera repetición de situaciones, así en el libro como en el teatro o en el cine) y a una de las mejores canciones de Joan Manuel Serrat, al que no ha denunciado ningún fiscal por el último robo cometido en comandita con Sabina (no he acudido personalmente al juzgado de guardia porque el doble disco me lo regalaron, y tampoco hay que ponerle un pero al caballo que te salió gratis, así ande de puro desdentado no más). La chinija no me ha hecho nada, claro, pero le cogí manía por persona (periodistas, la mayoría) interpuesta. Nunca me la creí como actriz, valgan verdades, pero fue hacerse pública la humorada de la Academia gringa del cine, cuando la designaron hace unos años como candidata al Oscar, que lo llaman, y ya no puede volver a verla ni en pintura. Cogías las portadas de los diarios nacionales y te daban ganas de tirarlas todas a la basura, para que allí, en el vertedero, hicieran juego las inmundicias con el infralenguaje que utilizaban -todos los rotativos a una- para anunciar que la tal Penélope Cruz había sido elegida como una de las cinco cómicas que competirían por la dorada estatuilla a la mejor actriz. ¿Elegida, designada, nombrada, propuesta, seleccionada? No, no: NOMINADA. ¿No fumas, inglés? Finalmente, se impuso la cordura y a la “nominada” no le dieron ni una etiqueta de Anís del Mono, porque en el fondo -y hasta en la forma- la muchacha tiene de actriz (de clase, de raza o de academia) lo que ZP de intelectual, por poner un mal ejemplo.
Que periódicos del teórico prestigio de EL País o ABC anunciaran en portada aquella “nominación” confirmaba que la batalla ya estaba definitivamente perdida, y que habían ganado la misma ilustres ágrafas como la insufrible egocéntrica Mercedes Milá, la que convirtió un magnífico personaje literario (el Gran Hermano que protagoniza la profética novela “1984”, de George Orwell) en detritus catódico o catatónico, y la mismita boba alegre que está enseñando a hablar con el culo (con perdón) a miles de periodistas embobados con el sucio y voraz cíclope de cristal. Ver cómo se patea impunemente el idioma de Cervantes en las mismas portadas de periódicos en los que uno aprendió a leer allá cuando chinijo, el mismo ABC en el que han escrito las mejores plumas de la literatura española en estos últimos cien años, da una amarga sensación de desengaño.
Titular de la época publicado en El País de Zapatero al respecto de la noticia de marras: “Penélope Cruz, primera actriz española nominada a los Oscar”. ¿Nominada, académico Cebrián? ¿No tenía nombre la nutricia muchacha antes de esa designación? ¿No la llamaban también La Pene en la escuela sus compañeras de aula? Porque precisamente eso es nominar, hasta donde uno tenía entendido: poner nombre a cosas, sitios o personas. Viene del latín “nominare”, si me disculpan el arranque de pedantería, pero los papanatas anglimemos se han quedado con el significado en inglés del palabro, y con las palabrotas mil veces repetidas de corruptores del idioma y delincuentes televisivos como los reyes de la telebasura a los que no voy a nombrar (ni a nominar), a cuyo trono han elevado los telespectamierdas, que son mayoría, si no nos engañan las mediciones de audiencia.
Las últimas ediciones del Diccionario de la Academia Española mantenía hasta casi ayer el significado de siempre para el verbo nominar: “Dar nombre a una persona o cosa”. No había más acepciones, al menos en su penúltima edición, que es la que me traje de Barcelona allá cuando las Olimpiadas del 92, pero les apuesto doble contra sencillo a que más pronto que tarde acabará agachando la cabeza, pues allí está, en la docta casa y para sorpresa y espanto de todos los letraheridos, el mismito Juan Luis Cebrián que viste y calza, y todo el poder que ostenta en tanto que gran jefe del imperio mediático de Prisa.
Llámame maniático, pero sólo espero que esta película de Almodóvar sea como la mayoría de las suyas (mala con ganas) y que la Cruz esté en ella a la misma a la altura de su talento (si lo hubiera o hubiese), para no tener que volver a oír o leer nada sobre nuevas nominaciones de los que ya tienen nombres y apellidos. Amén.
NOTA AL MARGEN: Sabía que no debía hacerlo, pero lo he hecho porque me temía lo peor: acabo de consultar el puto DRAE en el/la internet, que tiene ya “colgada” (nunca mejor dicho) la última edición... ¡y han metido una nueva acepción -la tercera- a lo de “nominar”! ¿Lo adivinan?: “Presentar o proponer a alguien para un premio”. Es lo que decía Umbral (que no fue académico porque sabía escribir, al contrario que Cebrián): “La Academia sólo sirve ya para ir a mearse en sus muros”. (de-leon@ya.com).