martes. 29.04.2025

Alguien dejó escrito que, en los actuales tiempos tontos, cualquier palabra o frase escrita o pronunciada en inglés se convierte, por ensalmo o por arte de birlibirloque, en patrimonio moral de cualquier hortera europeo. Para mal de males, el hortera europeo es especie en declarado y descarado peligro de extensión, como es triste fama.

Llevo varios lustros (por no decir décadas, que te hace parecer más viejo) ganándome el pan en esta extraña cofradía del columnismo diario. Obviamente, no llevo la cuenta de los artículos publicados hasta la fecha. Pero, a una media de seis o siete semanales, la multiplicación por tantos años dedicado a esta rara profesión del criterio impreso arroja miles de columnas repartidas o publicadas en varias cabeceras. ¿Me creerán si les digo que jamás he tenido la necesidad ni la necedad de recurrir en todo ese tiempo a otro idioma que no sea el que malamente domino, que toca la casualidad que es el que aprendí/aprehendí en la calle (en la escuela menos, valgan verdades), en los libros o en los periódicos, allá cuando los periódicos venían mucho mejor escritos que ahora? ¿Por qué otros no pueden decir o escribir dos palabras sin colar al menos un maldito -y casi siempre innecesario- anglicismo? ¿Por qué el lector que se gasta el euro en comprar un periódico teóricamente escrito en su propia lengua tiene que tragarse ese infralenguaje trufado de extranjerismos que no es carne ni pescado? ¿No se produce una estafa cuando pagas por un producto en español y te dan un subproducto en vomitivo “spanglish”?

Sé que el mal ya es imparable, pues ha hecho metástasis en la práctica totalidad de los toletes titulados (ilustres ágrafos) de la política o del periodismo, que además creen que colar anglicismos les da una presunta altura intelectual, cuando que en realidad sólo denota desconocimiento de tu propia lengua. No hará falta que les ponga ejemplos de esa mala práctica que se extiende como mancha de aceite y se cuela por todas las rendijas de la expresión pública o publicada. Sólo hay que poner la radio o abrir el periódico... y preguntarse acto seguido en qué concreto idioma hablan estos nuevos inquilinos de esta nueva Torre de Babel que andan empeñados en construir los que cada vez que abren la boca o revientan el teclado patean su principal herramienta de trabajo.

Lo escribía tiempito atrás, con su ironía o retranca habitual, el mejor y más bien humorado crítico cinematográfico y televisivo de la prensa nacional, Federico Marín Bellón, en las páginas de ABC. Entresaco apenas un párrafo de su jocosa columna titulada ‘Tell me cómo pasó': “Farfullar barbarismos es un perfecto disfraz para disimular la nesciencia y adquirir apariencia de erudición a precio de ‘best seller' de bolsillo. En el ‘reality show' en el que vivimos instalados, cualquier ignorante puede alzar la voz en ‘off', rememorar algún ‘flashback' o vanagloriarse del ‘feeling' de la última ‘perfomance' para presumir de ‘fashion victim' en el ‘stageback' del sentido común. Los más ‘in' pueden tomarse un ‘break' después de conseguir un ‘scoop' y marcharse de ‘weekend' para comprar ‘tickets' o ‘fortaits', a ser posible en alguna ‘web'. Creemos haber progresado porque antes escuchábamos ‘hi-fi' y ahora nos conectamos con ‘wi-fi', pero sólo hemos cambiado de isla y de ‘sketch' sin salir del pacífico conformismo que nos lleva a utilizar neologismos, barbarismos y solecismos sin comprender que esta ‘sit-com' se hunde, que intentar hablar bien -conseguirlo es cosa de privilegiados- no es ser retrógrado, sino la obligación de cualquiera con acceso a una tribuna pública. Telefónica, que ya no mantiene las apariencias ni en su logotipo -la tilde es de antiguos- fue pionera en su ‘teleline', su ‘movistar' y sus ‘stock options' de las ‘balls', porque el de ‘Maiami” [el tal Villalonga de triste recuerdo, amigo de pupitre de José María Aznar López, otro políglota de risa] no sacaba una promoción en español así fuera hermano de leche del mismísimo ‘president'”.

No puedo tomarme en serio a los peleles de la política o del periodismo falsamente políglota. Escucho el discurso (si lo hubiera o hubiese) de un político, o leo el reportaje de un periodista hasta que aparece el primer anglicismo innecesario. Ahí cambio el dial o paso la página. Una cosa es escuchar voces propias y otra aguantar el eco desvalido de otro eco. La mala copia de otra copia. No me sobra el tiempo como para perderlo. (de-leon@ya.com).

¿Possible to nigth amarrar la burra al guayabero?
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