Por Miguel Ángel de León
"La tentación nunca nos halla tan flacos como cuando estamos ociosos". Así habló, siglos atrás, el teólogo y místico francés Francisco de Sales, a modo de aviso a navegantes y demás malos cristianos que aprovechan -un suponer- la Semana Santa para darse a los peores vicios, a fe mía. Fue el mismo religioso que dejó dicho también, para que no crea nadie que era un aburrido, que "un santo triste es un triste santo". Y sabía de lo que hablaba porque él también fue santo, a la sazón.
Allá cada cual con su conciencia, si la hubiera o hubiese, pero estamos en Semana Santa. Un respetito ahí entonces, si no es mucho pedir. La fecha (por no decir la festividad, que queda feo en esta concreta ocasión) ya no es lo que era, de acuerdo, pero dice el dicho que donde hubo siempre queda... o debería quedar, para que no se diga que no sabemos guardar las tradiciones que nos legaron nuestros ante-pesados.
Confieso (nunca mejor dicho en hablando de lo que estamos hablamos) que no soy muy dado a prestarle excesiva atención a estas cosas de la Santa Madre Iglesia, porque uno se sabe pecador y muy mal cristiano, puestos a contarlo todo. No doy buen ejemplo, bien lo sabe el Cielo, y ya cuando chinijo me producía más espanto que atracción todo el ceremonial que por aquel entonces se desplegaba en conmemoración de estas efemérides, antaño de recogimiento y hogaño de puro relajo vacacional y playero, como es triste fama. Ya no queda nada de aquel respeto por las cosas sagradas ni por las sagradas formas, pero a mí me sigue mereciendo todo el respeto del mundo cualquier palabra cuerda, así la pronuncie el Bien o el Mal, el Papa de Roma o el papafrita de la esquina. Un suponer: Su Santidad Juan Pablo II, el anterior Papa cuyo proceso de beatificación acaba de iniciarse en las últimas horas, se cansó de repetir lo que siempre tuve para mí, desde muy chiquito, como una obviedad: el nacionalismo (cualquier tipo de nacionalismo, así sea imperialista como separatista o etnomaníaco) es el Demonio. La figura del Diablo, que ahora acaba de rescatar o “resucitar” el Papa actual después de haberlo mandado al Infierno (nunca mejor dicho) el Papa polaco, se encarna perfectamente en todo aquel que tiene una idea sublime de sí mismo, de su barrio o de su nación.
Todo canto contra cualquier tentación nacionalista es siempre, en cualquier lugar y circunstancia, un buen canto. Casi, casi música celestial, sobre todo en estos precisos y no preciosos tiempos de perdición tribal y trivial. Y, aunque uno apenas comulgaba en casi nada con Juan Pablo II, siempre me pareció que andaba el buen hombre sobrado de razón cada vez que recordaba -y lo hizo hasta las vísperas de su muerte- que un nacionalista no puede ser nunca un buen cristiano, porque toda tentación nacionalista es intrínsecamente diabólica. Palabra del Papa.
Hermanos, no creamos a los que cantan alabanzas del pecado. Cierto es que el genial burletero Oscar Wilde aseguraba que la única diferencia entre el santo y el pecador es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro. Pero no hay que olvidar que Wilde, además de muy coñón, era homosexual (por decirlo en lenguaje políticamente correcto), y por lo tanto pecador a ojos de la Iglesia. De esa misma Iglesia que si un día se decidiera (o se decidiese, que sería aún peor) a expulsar de la misma a todos los pecadores y a todos los homosexuales, a lo peor se quedaba sin predicadores. Dicho sea siempre sin ánimo de señalar a nadie (Dios me libre). (de-leon@ya.com).