martes. 29.04.2025

El escritor sin academia, el periodista sin título universitario murió un viernes, como César Manrique. Murió al mediodía, como Manrique. Murió en Lanzarote, como César. Murió chiflado por Lanzarote, como el conejero. Murió y dejó una obra que vive por él, como la de César Manrique. Y, pese a tantas coincidencias, apenas hay otros paralelismos entre la vida de José Saramago y la del artista lanzaroteño, si exceptuamos que ambos se fueron físicamente de Lanzarote fastidiándoles la tarde de un viernes a la inmensa mayoría de los periodistas, columnistas y demás gente de mal vivir de esta pobre islita rica sin gobierno conocido.

Hace dos años, el cartero me dejaba en el buzón la habitual y atenta invitación de la Fundación César Manrique para lo de la inauguración de una muestra multimedia sobre el hombre y la obra de José Saramago, que cumplía entonces 85 años en el penúltimo mes de 2007. No asistí al acto oficial, pero no cabía cuestionar el acierto de la idea, sobre la que me contaron maravillas casi todos los que se dejaron caer por la FCM. Todo tributo que se le rindiera al que ya había sido declarado Hijo Adoptivo de Lanzarote me pareció siempre tan merecido como corto. No lo digo a toro y Nobel pasado, sino que lo vengo escribiendo desde cuando Saramago sólo era para la mayoría de los lanzaroteños, y de no pocos paisanos de Portugal, un viejo que escribía.

Cuando el portugués apenas llevaba entonces unos meses en Lanzarote, autoexiliado aquí después de tener graves encontronazos con la dirigentes políticos de Portugal con motivo de la publicación de “El Evangelio según Jesucristo”, en esta misma columna estuve a punto de cansar a lectores y compañeros con mi particular matraquilla, iniciada un 10 de diciembre de 1994, con la que me puse algo más que pesado ante la aparente indiferencia con la que desde las instituciones públicas se saludaba la estancia en la isla de uno de los autores principales de la literatura actual. Tres años después, y aunque en ello nada tuvo que ver mi esquinada traquina impresa, Saramago era nombrado oficialmente, en tardía pero siempre en buena hora, Hijo Adoptivo de Lanzarote, en un acto oficial al que no me invitó con buen tino y acierto el entonces consejero de Cultura de la época y actual delegado del Gobierno insular. Y sólo unos meses más tarde recibía el Premio Nobel. Nunca es tarde si la dicha llega. De la siguiente guisa empezamos a dar la lata impresa por aquí abajo, hace ahora unos 15 años, pizco más o menos:

“No sé si la labor de promoción turística que hace el Patronato o Consejería de Turismo del Cabildo Lanzarote es buena o mala, mucha o poca, provechosa o inútil, inteligente o burda. Ni lo sé ni me importa, valgan verdades. Los pitos, flautas y demás ruido u orgías que se puedan montar en las ferias internacionales de turismo nunca me han dicho nada, en tanto que a las escandaleras, como a las modas o a cualquier otro carnaval, jamás les presté atención. Desconozco, incluso, los índices de afluencia turística a la isla. De último, sólo sé y veo que siempre que aparece una entrevista con Saramago en cualquier diario o revista nacional, aparece también, a su lado y como si fuera una misma cosa, el nombre de Lanzarote. Y además de forma continua e insistente. Otro tanto se puede decir de las principales cadenas de televisión y emisoras de radio del país. Hasta en la sopa tenemos ya al escritor portugués y a esta isla pegadita a él como su propia sombra, como si fueran o formasen un ente indivisible. Y no creo que se haya visto antes mejor publicidad para una isla que vive, pende y depende económicamente de su promoción en el exterior. De su buena promoción, se sobreentiende. Como soy muy bruto, tampoco sé si a la isla le conviene un turismo de alpargata u otro de alto poder adquisitivo, que lo llaman. Es probable que los ricos tengan más derecho y obligación de conocer mundo que los pobres. Por eso viajamos tanto los conejeros últimamente: por nuestro complejo de nuevos ricos, puesto que ya no salimos de la isla a buscar trabajo como en otros tiempos más amargos, sino a descargarnos un poco del que tenemos aquí. Pero, si se pudiera elegir el turismo que nos ha de visitar, yo escogería, entre un turista pobre y un turista rico, a un lector de Saramago, independientemente de la anchura de su bolsillo. Como además soy muy de campo, creo -probablemente de forma equivocada- que el auténtico turismo de calidad está en la mismita calidad de las personas, antes que en la cantidad de dinero o de poder que hayan amasado sabe Dios dónde y cómo.

Gracias al otro destierro -forzoso en aquella ocasión- de Miguel de Unamuno, el nombre de la hermana y vecina isla de Fuerteventura quedó escrito/inscrito con las mejores y más grandes letras en el universo de la Literatura. Unamuno escribió “De Fuerteventura a París”, y Saramago acaba de publicar en Portugal “Cuadernos de Lanzarote” (otra vez el nombre de nuestra isla unido a él, inserto en el mismísimo título de la obra). Meses atrás, cuando se barajó como uno de los más serios candidatos para obtener el más renombrado de todos los Premios Nobel que se conceden, el de Literatura, el otro nombre de Lanzarote recorrió las redacciones de los medios informativos de todo el planeta. Y ello a pesar de que en Lanzarote, precisamente, apenas le prestamos atención a su figura, entretenidos como andamos casi siempre con los pazguatos jaleos políticos.

Me niego a pensar que podamos llegar a ser tan mezquinos, tan ciegos y tan toletes. Me resisto a creer que los lanzaroteños podamos ser tan desagradecidos con un hombre que, casi en silencio y sin pedir nada a cambio (y al que más le va a molestar un torpe artículo como éste), está haciendo la más digna, valiosa y desinteresada promoción internacional de Lanzarote. Y justo por eso, porque me resisto a creer tanta malcriadez junta, me imagino que a algún concienzudo consejero de la primera y principal Corporación lanzaroteña ya se le habrá ocurrido la idea de buscar un hueco en su apretadísima agenda cabildicia para tener al menos un detallito o hacerle un mínimo reconocimiento verbal u oficial a un hombre que no necesita de reconocimiento político alguno”.

Finalmente, el Cabildo Insular acabó designando oficialmente como Hijo Adoptivo de Lanzarote a José Saramago, casi unos minutos antes de que el autor obtuviese el Premio Nobel de Literatura, cuyo discurso de aceptación arrancaba con aquella magnífica frase, en referencia a su abuelo analfabeto: “El hombre más sabio que he conocido no sabía leer ni escribir”. De haberse demorado un poco más ese justo nombramiento, el mismo ya hubiera o hubiese llegado demasiado tarde y habría estado de más, oliendo a oportunismo a destiempo y ridículo institucional (total, otro más). Como razonó Gabriel García Márquez, con la lógica aplastante del maestro literario de lo ilógico, una vez que se alcanza el Nobel no tiene sentido recibir ni aceptar más galardones. Pero no dudo que ahora, con su muerte, los políticos necrófilos que padecemos se hincharán a darnos la lata sobre al autor al que tanto admiraban y tan poco y tampoco leían. (de-leon@ya.com).

Saramago, un viejo que escribía
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