martes. 29.04.2025

Iba en el coche, camino de la cena. Cambio el dial de la radio y oigo (escuchar ya es más difícil, con tanta escandalera) al todavía alcalde de Arrecife dirigiéndose a gritos a varios miembros de la oposición. “A grito pelao”, como decimos por aquí. Al día siguiente, una periodista me dice que no sólo había que oírlo sino que había que verlo, porque don Enrique Pérez Parrilla parecía estar fuera de sí. Pero me perdí esa imagen. Es mi defecto: no veo televisión ni bajo tortura (suponiendo que la tortura no sea la propia tele, que ya es mucho suponer), excepto a las altísimas horas de la madrugada y apenas los canales digitales y cuales. Pero me quedo con el “mensaje” del mal llamado primer edil capitalino, que se puede condensar con el nombre del famoso multicuadro del pintor noruego Edvard Munch: El Grito.

Apenas unos días antes de celebrarse el caldeado pleno municipal de la caos-pital conejera, casi toda la prensa insular del Archipiélago en peso -incluso la más afecta o adicta a Coalición Canaria- había coincidido en afear la actitud y la aptitud del presidente palmero del Parlamento autónomo o autómata, Antonio Castro Cordobez, que ciertamente perdió los papeles, puesto que en su calidad de teórico árbitro de la Cámara regional no parece ser el más indicado para defenderse a gritos de una envenenada alusión del diputado psoecialista de ida y vuelta Juan Fernando López Aguilar, el ex ministro nuevamente ministrable y aficionado a pintar machanguitos y aporrear la guitarra en sus ratos libres. La cuasi unánime crítica a Castro Cordobez se la ganó éste a pulso, a fe mía. El presidente de la Cámara no sólo debe ser moderado sino además parecerlo y demostrarlo. ¿Quién manda a callar al árbitro?

Vuelvo a Arrecife. ¿Se recoge en algún reglamento municipal que el alcalde-presidente de la Corporación tiene derecho o potestad para dirigirse a gritos a los miembros -y miembras- de la oposición? Si no fuera o fuese así, como sería lo lógico en democracia, ¿por qué se toma esa libertad don Enrique Pérez Parrilla? ¿O es que está confundiendo mi ex profesor en el Blas Cabrera Felipe el salón de plenos con el aula del Instituto? Y otra pregunta que me tiene hablando solo: ¿por qué le permiten los concejales del banquillo opositor que el alcalde les hable como el maestro a los malos alumnos?

Imaginemos, sensu contrario, a un miembro -o miembra- de la oposición dirigiéndose al cada día más desunido equipo de (des)gobierno municipal, y más en concreto a la figura del alcalde, en la misma pose malencarada y gritona que el alcalde adoptó el pasado viernes contra sus fiscales políticos. ¿Aguantaría estoicamente el chaparrón verbal el alcalde... o mandaría a callar, o a bajar el tono, al malcriado de turno? ¿La buena educación y el atenerse a las mínimas normas de urbanidad sólo es aplicable y exigible entonces a la oposición? ¿El alcalde, por el simple o simplón hecho de serlo, tiene también derecho a actuar como un chinijo malcriado o como un tirano de república bananera?

Cuide esas formas, don Enrique, que le pierden. Y no le pierda el respeto a los que se merecen el mismo que usted, como mínimo.

MUERTE DE UN COLUMNISTA: Cuando iba a ponerle el punto y final a esta columna, un columnista con el que coincidí en las páginas de un semanario ya desaparecido, José Hilario Fernández Pérez (más conocido como Chela por todos sus lectores) fallecía en plena calle El Pilar, la popular y populosa vía de Santa Cruz de Tenerife en la que curiosamente también me tropecé hace menos de un año con él (le quedé a deber la cerveza que no me dejó pagar). Periodista culto y antinacionalista (con perdón por la redundancia y la obviedad), Chela era además uno de los mejores conocedores y divulgadores de la gastronomía canaria de las 8 islas. A mí, que no he aprendido aún a freír un huevo, su sapiencia culinaria me hacía la boca agua. Cenaré y beberé esta noche en su honor. Que en paz descanse. (de-leon@ya.com).

¿Y esos gritos, don Enrique?
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