Carta abierta a la decana del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife y la hipocresía de advertir sobre consejos en redes sociales cuando la terapia es un lujo inalcanzable.
Es fácil sentarse en un despacho con aire acondicionado, con el diploma bien enmarcado en la pared y una taza que dice "escucha activa", y advertirnos del "peligro de seguir consejos de salud mental en redes sociales". Claro, porque todos podemos permitirnos pagar 60, 70 o incluso 80 euros por sesión semanal, ¿no? Como si eso fuera parte de la cesta básica.
La realidad es otra. En este país, hablar de salud mental se ha convertido en un lujo. Porque si no puedes pagar un psicólogo privado (y la mayoría no puede), te queda el sistema público. Ese sistema que, según el Barómetro Sanitario 2024, hace que el 40% de los pacientes espere entre uno y tres meses para ser atendido... y un 26% más de tres meses. Es decir, puedes estar al borde del colapso emocional, pero te toca hacer cola. Porque en la salud mental pública también se reparten turnos como si se tratara de entradas para un concierto, pero sin la emoción ni la música.
Y ahora viene lo mejor: yo sí pude pagármelo. Las sesiones. Una tras otra. Durante meses. ¿Y saben qué? No me sirvieron de nada. Más bien salía de allí sintiéndome como un cliente, no como un paciente. Como si en lugar de intentar entender mi ansiedad, esperaran que contratara el bono mensual de estabilidad emocional. "¿Te va bien la próxima semana?", preguntaban con una sonrisa comercial. Y yo también sonreía, claro, por no llorar.
¿De verdad les sorprende que la gente busque consuelo en Instagram, Tik Tok o en un hilo de Twitter? Lo hacen porque no tienen otra cosa. Porque cuando el sistema te deja tirado, al menos hay alguien (otro ser humano roto como tú) que te dice: "yo también". Y ahora vienen ustedes, señores y señoras del Colegio Oficial, a criminalizar eso. A decirnos que es peligroso que la gente intente salvarse como puede... porque ustedes no están.
Dicen que la salud mental debe dejarse en manos de profesionales. Y tienen razón. Pero el problema es que los profesionales no están disponibles, o no son accesibles, o directamente se han olvidado de que lo que hay al otro lado del diván no es un cliente. Es alguien que necesita ayuda. Urgente. No cuando haya hueco.
Así que, antes de seguir dando lecciones desde su torre de marfil, bajen al barro. Siéntense en la sala de espera de un centro de salud mental público. Pregunten cuánto tarda la siguiente cita. Miren a la cara a quienes no pueden pagar una sesión privada. Y luego, si todavía les queda cara, vengan a hablarnos del "peligro de las redes". Porque el verdadero peligro no está en TikTok. Está en la indiferencia de quienes podrían ayudar... y no lo hacen.