martes. 22.04.2025

Felipe VI, ¿quién eres?

El Rey de España el pasado 19 de junio cumplió ocho años de reinado.  Una efeméride desapercibida por la jornada electoral de las autonómicas en Andalucia.

Acaba de finalizar una cumbre de la OTAN que también venía a celebrar un cumpleaños. El cuarenta aniversario de la pertenencia de España en esa organización.

Otra conmemoración deslucida por casi cuarenta personas fallecidas en su intento de entrar al país. Por el protagonismo que adquiere Ucrania. Por el deseo manifiesto de una Suecia y una Finlandia que también les gustaría en un futuro celebrar un cuarenta aniversario...

Y también por una crisis del Gobierno de España en lo político, en lo económico y en lo social,  que se ha escondido durante cuarenta y ocho horas para partir una tarta sin merengue, porque no hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar.

Muchas personas no han entendido que los Jefes de Gobierno de los países OTAN vinieran acompañados de esposas, nietas y demás familia, reprochando poca seriedad al supuesto evento.  

No se ha querido comprender que en realidad venían a un cumpleaños, y no a lo que han denominado Cumbre de Seguridad en medio del protagonismo que ha adquirido la realidad actual. 

Pero está claro que los contextos se confunden, cuando ni siquiera un encuentro internacional como ese se explicó lo suficiente,  para que la ciudadanía supiera el por qué y el para qué venían un par de días a Madrid. Era asistir cortésmente a la invitación de un cumpleaños, no más.

Pero junio ha terminado y ahora de nuevo se regresa a la rutina cotidiana y al día a día de una crisis sin horizonte y de la que no se recuerda el cómo ni el cuándo empezó.

Por ello tristemente a las cosas de andar por casa otra vez... al tajo, a la arena de las realidades.

"Felipe VI advirtió a Juan Carlos I de que su legado estaba perjudicando su reinado".

Pues si esas palabras en las portadas de algunos medios de comunicación son ciertas, estimada Majestad, usted no me resulta ser una buena persona.

Por tanto, se legitima la creencia también de que tampoco pueda ser un buen Rey.

No elegimos a los padres. Somos sus hijos y de ellos, con defectos y virtudes, su proyección. Para bien y para mal.

No sé si ha sido una convicción propia, o si le han convencido para expresar eso, de que casi lo peor que le ha sucedido,  es ser el hijo de ese padre. ¡Una pena! 

Pero cuanto menos, la siguiente pregunta, por evidente, se antoja pertinente: ¿Y usted, por qué entonces aceptó ser Rey de España?

¿Cuándo al que ahora es perjudicial era el Rey, le insinuó usted en alguna ocasión que sus comportamientos eran perjudiciales? No lo supimos en ningún caso y por otro lado, ¿qué legado le perjudica?

¿Acaso cuando se es Rey, son divisibles los comportamientos en cuestiones de índole personal de los de la cuestión pública?

Mi padre era agricultor, y por eso también en nuestra casa teníamos animales, muchos de los cuales me daban envidia de como eran tratados, pues sin maltratos a mi persona, a veces pensaba que los quería más a ellos que a mí, ¡un disparate de pensamiento sin duda!

¿Y por qué?  Porque me arrestaba. No accedía a todos mis posibles caprichos. Me daba algunas tortas, algún tirón de orejas o me recriminaba actitudes y comportamientos. No lo sabía, pero a su buen entender,  con sus convicciones y a su muy particular manera, me educaba.  Mi madre tampoco era muy distinta. Hacían lo que creían que era mejor para mí.

Y de pronto, casi sin darme cuenta envejecieron y enfermaron.  Esas personas que gestionaban, decidían,  trabajaban casi sin descanso y que tomaban decisiones, estaban de repente a merced del cuidado de sus personas queridas.

En mi adolescencia y juventud observé como atendieron a sus padres,  a mis dos abuelos y abuelas que tuve la gran suerte de conocer y compartir algunos años de mi vida con las de sus andanzas vitales. Les cuidaron en sus casas y murieron en sus camas. 

Me contaba mi madre la experiencia de mi abuela paterna. Lo hacía con cierta admiración hacia su suegra. Había quedado huérfana de madre  y su padre, con su descontento y contrariada opinión, casó por segunda vez. Por circunstancias diversas ese hombre se fue de la isla y vivía en Tenerife. Un día, muchos años sin noticias de él habían pasado, estando ella en Arrecife se encontró con un hombre que la conocía y le comentó que había visto a su padre deambulando abandonado y solo por las calles de Santa Cruz. 

Se armó de valor y coraje. Con el beneplácito de mi abuelo se fue a buscar a su padre y lo trajo a vivir a su casa.

Olvidó su pasado desairado y molesto. En una situación bastante complicada subió a un barco, único medio de comunicación entre islas en aquella época y se trajo a su padre que aceptó venirse con su hija, la del fruto de su primer matrimonio.

Mi padre me explicó como siendo un hombre le apareció de pronto un abuelo y como de ese viejito adquirió algunos conocimientos de sus experiencias vividas,  recordando grandes momentos de conversaciones casi interminables  con él.

Mi madre también me contaba de niño la anécdota de que una familia tenía a una persona mayor en casa y que un día decidieron trasladarla a una residencia. Los niños, aún pequeños, observaron como prepararon una maleta y se llevaron a la persona anciana. 

Cuando regresaron a casa,  los pequeños estaban enfrascados preparando dos maletas en lo que parecía un revoltijo de piezas de ropa. 

- ¿Pero qué están haciendo?  Preguntaron sorprendidos. 

- Las maletas de ustedes para echarlos cuando sean viejos y ya no sirvan para nada.  ...

Y mis padres, igual que cuando fueron un  niño y una niña se caían y fueron  ayudados en sus necesidades más básicas.  No se los endosamos a vecinos, ni a personas extrañas,  no les llevamos a una residencia. Estaban en su casa, en sus camas, en su entorno forjado con sudor y lágrimas en sus años de trabajo. Y así hasta que partieron definitivamente.

Nunca les reproché nada y mucho menos no atenderlos por no haber satisfecho algunos de mis caprichos, por sus varios arrestos impuestos o por haberme pegado algunas tortas. El Gobierno de España no me dio ningún sueldo por atender a mis padres. 

Hoy observamos como cualquier estupidez se convierte en el pretexto perfecto para renunciar al cuidado de una persona mayor.

Pero al Rey Juan Carlos y a la Reina Sofía los hemos conocido en las calles de España unas veces juntos y otras por separado. Cuestión de agendas y protocolos,  imagino. Decía una de mis abuelas que en las cosas de una pareja no caben los terceros. ...

Recorrieron el país varias veces y en algunos lugares hasta en repetidas ocasiones.  Se les mostraba respeto y cariño a quienes los ciudadanos consideraban cercanos, preocupados y cómplices de algunas de las situaciones vividas, ya fueran acontecimientos agradables o en desgraciadas circunstancias.

Las cuestiones de infidelidad y los posibles chanchullos económicos por la mayoría conocidos, no eran de relevancia ciudadana, hasta el punto de que todavía se les aprecia y se les respeta. Con la excepción lógica en determinados círculos con intereses políticos muy concretos.

Pero a la ciudadanía en general no le importa para nada quien le daba dinero por comisiones de intermediario en negociaciones diversas. Entre otras cosas,  debe ser, porque esas comisiones no eran dineros procedentes de las arcas del Banco de España, sino de las arcas de países extranjeros.

Y si la Reina no se sentía ofendida o no le preocupaban las aventuras del Rey, o cuando menos,  nunca se supo de estas incomodidades de la Reina porque ella no las hizo públicas,  ni tampoco difundió posibles agravios, pues es cosa de respetarse en una persona cuyas hijas rompieron sus matrimonios y a mejor cosa sin problemas, como en cualquiera otras parejas del territorio nacional.

La Reina, por tanto, podía perfectamente haber hecho lo mismo. Sus decisiones siempre han sido respetadas y todas las incomodidades y los agravios que pudiera haber soportado y de las que públicamente nunca se quejó, se las ha reservado para sí misma llevando todo con bastante dignidad, y que la ciudadanía también le respeta y valora por ello.

En cosas de dos no caben tres y son personas,  no exclusivamente Títulos.

A lo mejor amargadas insatisfechas militantes en hipocresía de la progresía,  pretendían que la Reina llamara a ese número del maltrato y  pidiera auxilio, y como no lo hizo, no lo ha hecho, ni se cree que lo vaya hacer, pues decepción frustrada por no ser acusado el Rey también de maltratador.

En fin, jaleo de personas que ostentan Título, pero con sus vicios, decepciones, pasiones y arrebatos como en tantas otras personas también con Títulos y sin ellos. Esas cosas inherentes a las personas...

No sé si a las esporádicas amantes  les hizo promesas de divorciarse y casarse, pero el "campechano" nunca renunció a su esposa, a la madre de sus hijas e hijo, a la dueña de su casa,  a la verdadera Reina de España. Y por tercera vez, en esas cosas de entre dos,  está claro que siguen sin caber tres.

Pero Felipe VI se nos aparece casi como un resentido de la vida porque es hijo de una pareja poco ejemplar y según él mismo ha expresado,  con un legado bastante perjudicial.

A lo mejor habría que preguntarse si en Palacio a alguien le molesta tener ancianos que se caen, se cagan y se mean como todos los ancianos y niños del mundo y ha preparado maletas para deshacerse,  no del legado, sino de las jaquecas que provocan.

Diríamos además que hasta con cierta envidia cuando esas personas ancianitas son mucho más receptoras del aprecio y el cariño de la ciudadanía española, que esos actuales reyes cuyo afecto mayoritario todavía han de ganarse.

Felipe VI siempre con gesto serio, rígido y sin apenas sonrisas ni risas. Al final va a ser verdad que es un amargado en su papel asumido de Rey ejemplar. Esa obsesión   por lo correcto y la exigida transparencia le están forjando una armadura artificiosa que oculta a la persona que quiero pensar que no es  ¡Qué triste!

Sus pasos casi medidos y seguros de una persona todavía joven que apenas tropieza, no trastabillea, no se cae, no se rompe una pierna ni se le ha visto brazo en cabestrillo,... ¿Es realmente humano?

Una persona sin un vicio no tiene deseos de vida,  debe al menos tener uno que le haga sentirse vivo. No se trata de vicios enfermizos o de atraparse  en determinadas actitudes que provoquen  dependencia. Sentirse   feliz. De eso se trata. 

”Las personas que no tienen vicios tienen muy pocas virtudes"  (Abraham Lincoln)

Felipe VI no sorprende. Extremadamente previsible ha decidido colocarse una coraza anti familia. Ha renunciado a no tener hermanas, ni sobrinos y sobrinas. No le quedan abuelos ni abuelas...

Apenas ve a sus tías y tíos, dando la impresión de no saber nada de sus primos, de sus primas. A su padre lo ha echado de su casa y su madre, señora reservada lo máximo, se ha encerrado como si en un convento de clausura hayan decidido  esconderla.

Diera la sensación de que la mejor e ideal familia únicamente sea  la de su esposa...  Allá su Real Majestad con sus sensaciones y creencias...

Tanta ejemplaridad real, tanta obsesión por la transparencia y la corrupción, tanta vigilancia a las actitudes de las personas buscando una puntuación para la cartilla de unas notas de qué... para qué... si nos no resulta ser una buena persona, y no lo es quien reniega de su familia por muy reprochables que sean sus comportamientos.

Majestad, con decisión y valentía, vaya a buscar a su padre. Cógale  del brazo, déjele que se apoye en usted y traígalo a su casa a descansar en su cama.

No creo que tenga que cambiar pañales personalmente,  afeitarlo y tenerlo en condiciones presentables, pero y si tuviera que dispensarle alguna atención de esa índole personal tampoco se avergüence por ello. 

El tiempo corre en su contra y lamentaciones tardías no resuelven emociones ni sentimientos. No nos servirán de nada lágrimas tras un féretro, que siendo reales, van a resultarnos ficticias, hipócritas, ... 

A no ser que se haya decidido sepultarlo o quemarlo a escondidas y relingarlo en cualquier parte al igual que se le ha hecho en vida para regocijo de quienes nunca han querido reyes ni jamás van a quererlos.

Aunque trate usted con sus decisiones y actitudes satisfacerlas momentáneamente,  los  anti monarquías nunca van a dejar de serlo.

Para las personas corrientes molientes y normales, sin obsesiones raras, sus acciones desagradecidas y con agravios para con una persona mayor, quien sea, más grave si cabe cuando es su padre, nunca serán bien vistas, aunque tampoco sean partidarios de las monarquías.

Cuando se renuncia a un legado se renuncia a el completamente y no parcialmente a unas determinadas acciones que  me desagradan o perjudican mi imagen. Por supuesto no hay que sentirse orgullosos, pero tampoco avergonzados. Es la vida y hay que aceptarla con lo bueno y lo malo.

La Constitución de 1978 y todo lo ocurrido en este país desde esa fecha hasta hoy,  con aciertos y errores, son el legado del que debiera sentirse orgulloso. Pues le permite, ni más ni menos, que ser el Rey.

En los asuntos de las ambiciones económicas y del vicio comisionista, así como de las cuestiones más íntimas y personales, aparte del entretenimiento que nos puedan generar, así como las críticas que puedan producir, deben dar igual, pues con valentía y decisión debe sustanciarlas y resolverlas.

Reconcíliese  con toda su familia, con toda. 

Olvídese de perjuicios y comentarios absurdos. Sólo se vive una vez y el tiempo no da demasiadas oportunidades. No se deje influenciar por quienes normalizan las rupturas familiares o abandonan a sus personas allegadas,  justificándose únicamente en las acciones negativas, o en lo que les ha sido molesto.

Ha celebrado el cumpleaños de la entrada de España en la OTAN.  Muy bien, haga un esfuercito para celebrar con toda su familia la excusa de cualquier evento que por irrelevante que sea, nos demuestre que sigue siendo humano.

La nota de estos ocho años se me antoja algo negativa, aunque en  ejemplaridad, rigidez, en responsabilidad, en sentido estricto del deber, en cumplimiento institucional, en transparencia, lejanía y frialdad, algunos han decidido valorarlo con un sobresaliente.

Pero en ciencias humanas claramente un muy deficiente con tendencia a empeorar si no corrige actitud y rumbo. 

Un Gobierno de España puede ser legítimo constitucionalmente,  pero desoír a la mayoritaria ciudadanía manifiestamente descontenta por considerarlo un gobierno incompetente,  ególatra, desleal con las instituciones, traidor y rupturista de todos los consensos para la mejor convivencia, no es para hacerse el sordo.

Majestad, este mes de julio que comienza estamos mirando a Ermua y pendientes de con quién se deja y se hace acompañar por parte de ese Gobierno legítimo,  pero de los ciudadanos ya muy poco ejemplar, nada transparente, y con claras evidencias de corrupción ética y moral. 

Todo no vale. Y ese homenaje no puede ser una risa y una burla por quienes no pueden más que mostrarnos un lamentable  suspenso en humanidad. 

Mejor haría en no ir hasta que se reconcilie con sus familiares y desde luego empezar a no dejarse ver en compañía de personas poco recomendables por su currículum vitae político, por muy Presidente del Gobierno de España que sea,  en un  evento tan sensible y susceptible de emociones encontradas como el de ese aniversario triste.

Felipe VI, ¿quién eres?
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