martes. 22.04.2025

Parto de la premisa de que, al contrario que Los Picapiedra y el inexistente comité de expertos que les asesora, yo no soy un erudito en viruses clínicos, vamos, que de pandemias sanitarias sé bastante menos que nada. Sé que existen porque me gusta estar informado, no porque tenga una formación que acredite mis conocimientos en la materia.

Dejando sentado esto que me parece fundamental para no llevarnos a equívocos sobre lo que les voy a contar, lo que si les diré es que de pandemias sociales provocadas por la inutilidad de los que nos gobiernan se bastante más que la media, por ser comedido. Y esta materia sí que me la he estudiado a fondo. Si me apellidara Casado, o Sánchez, o Cifuentes les prometo que les enseñaría el titulo, expedido por la University of I Will Never Turn Red, de Colorado, Massachusetts.

Ante las medidas tomadas por los anteriormente citados, tendentes a paliar y acabar de una vez con la pandemia que nos asola, me doy cuenta de la profunda inutilidad de los que nos gobiernan y del peligro que estos sujetos y sus acólitos suponen para la sociedad española en su conjunto y mas en particular, para los ciudadanos.

No creo que exista el famoso y desconocido comité de expertos que asesora a los Picapiedra.

Cuando se les pregunta quienes lo forman, el misterio que rodea a este sínodo de fenómenos es tal, que los secretos que se guardan en los bajos del Vaticano se quedan en meros cuentos de hadas.

Que el futuro de una sociedad como la nuestra, pueda estar en manos de nadie sabe quién, es de una gravedad que la mayoría de la gente no llega a imaginar.

Para ilustrar de una forma sencilla este asunto les voy a poner un ejemplo.

Imagínense que yo, un ciudadano de a pie, tengo una enfermedad desconocida (el COVID19 por ejemplo), de la que ni hay literatura, ni antecedentes, ni tratamientos conocidos.

Lo primero que haría sería buscar hasta el infinito y más allá, quienes son los médicos u hospitales de mayor prestigio en enfermedades similares con capacidad suficiente como para llevar mi caso.

De esta búsqueda me saldrían nombres de médicos y nombres de hospitales a los que hacerles llegar mi caso con el fin de que ellos, en sus especialidades respectivas, pudieran tomar en consideración mi enfermedad y en consecuencia, intentar curármela.

Nunca me pondría en manos de nadie que no supiera ni su nombre, ni su experiencia profesional y mucho menos, sin saber su cualificación profesional.

Bueno pues los Picapiedra, el Doctor Triste y el Filósofo metido a experto sanitario, han decidido poner el futuro de los españoles en manos de nadie sabe quién. Esto no se trata de la famosa Ley de Protección de Datos que impide hacer públicos determinadas circunstancias por el bien de los ciudadanos. Se trata de saber que especialista va a decidir nuestro futuro, curar la enfermedad, que experiencia tiene para hacerlo y cuáles son los criterios médicos que va a utilizar para acabar con la pandemia.

Para que quede claro que esto no es una falta de respeto hacia el Doctor Simón ni al Licenciado Illa, pongo por delante mi máximo respeto al primero en su trabajo como epidemiólogo refutado y al segundo como enseñante de la Razón Practica de Kant, o de los Presocráticos. Posiblemente no haya en sus respectivos campos profesionales nadie con mayor experiencia en sus materias, pero lo que es en la de ejercer de portavoz gubernamental y de máximo dirigente de la sanidad pública, dejan, a mi juicio, mucho que desear.

Una vez aclarado esto, lo que no entiendo es el porqué miles de investigadores de muchos países, de institutos científicos, de laboratorios estatales y de farmacéuticas privadas se están estrujando las neuronas, gastándose millones de euros en experimentar con componentes que les permitan sacar una vacuna que elimine o atenúe los efectos del COVID19, cuando los Picapiedra y su NO comité de expertos ya han descubierto la pócima Asteriniana que nos va a solucionar la vida, EL ALCOHOL.

No estoy zumbado ni me he bebido hasta el agua de los floreros en cuanto me han permitido salir de casa con diez colegas.

Una pista de pádel tiene 200 metros cuadrados, una de tenis 600 y un frontón 3.500.

En cada una de estas tres instalaciones, por poner solamente tres ejemplos, los expertos en esta nueva realidad, también el que se invento el nombre podría dejar de hacerse los canutos con avecrem, han decidido que solamente podrían estar en estas pistas, haciendo un ejercicio de lo más sano, dos personas por pista con el fin de evitar la proximidad y de esta manera evitar el contagio. Vamos que yo que soy jugador de fondo de pista, estoy a unos 15 metros de distancia de mi contrario en una pista de pádel, a unos 25 metros en una de tenis y en otro municipio en un frontón.

En cambio y aquí es donde está el meollo del invento, puedo tener en mi casa, en el salón de 10 metros cuadrados, o alrededor de una mesa en una terraza de un bar cualquiera, a diez colegas poniéndonos hasta las orejas de cervezas con chistorra. Eso por empezar suavemente con la cerveza, para pasar a cosas más duras a medida que la chistorra va haciendo poso en el estomago, porque, eso sí, los expertos no nos han marcado tiempo para esta bacanal post-nuevanormalidad, fase 1.

En cambio, para desarrollar otras actividades altamente nocivas para la salud, como caminar, correr o salir en bici, de seis a diez in the morning y de ocho a once in the afternoon. Lo digo en el idioma de Enrique VIII porque a lo mejor alguno de los expertos proviene de la Pérfida Albión, saltándose la cuarentena después de haber acabado con las existencias de BITTER.

Como he dejado claro al principio de mi intervención señoría, puesto que mi ignorancia en la materia epidemiológica es supina y reconocida, es muy posible que lo que yo piense de medidas como esta y de otras de las podría escribir un tratado, pueda constituir un exceso de ganas de jugar, más que un análisis ponderado de la medida como tal y resulta que beber hasta desfallecer con los amigos en diez metros cuadrados es infinitamente más efectivo para acabar con el bicho que una práctica deportiva moderada.

Bueno, siempre me queda la posibilidad de quedar con diez colegas en una pista de pádel, llamar a la Tropical y que nos plante unos grifos de cerveza en la puerta de entrada a la pista.

Eso sí, la chistorra la pongo yo.

El alcohol mata el Covid-19
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