Durante el tiempo que llevamos de crisis sanitaria por la COVID-19, nos hemos percatado de un detalle muy importante: del olvido de los fallecidos por el coronavirus.
A diario percibimos cierto 'folclore' en muchos balcones de España, con aplausos, canciones, chis-tes, caceroladas y diversas ocurrencias, provocados en parte por el hastío de esta especie de 'secues-tro domiciliario' que estamos viviendo y que esperamos y deseamos sirva para aliviar la situación sanitaria.
Frente a la España del Resistiré, de los aplausos y caceroladas, nos encontramos otra que llora por impotencia, por dolor ante la pérdida de seres queridos a los que ni siquiera, en muchos casos, ha podido darles su último adiós.
Los fallecidos, que son nuestros padres, abuelos,hijos, amigos, etc., están sometidos a una guerra de cifras. Los decesos son los que son y se debería decir la verdad. Es posible que sean muchos más de 22.902.
Detrás de cada muerte hay una familia destrozada, que ha visto cómo, por falta de medios materia-les y humanos, por improvisación, por cúmulo de chapuzas, ha perdido a uno o varios seres queri-dos en este 'calvario' de índole sanitaria que estamos viviendo.
Es de justicia aplaudir, animar a todas aquellas personas que están en primera línea de batalla frente al coronavirus, pero sería de justicia también homenajear y apoyar a las víctimas con minutos de silencio, poniendo crespones negros en balcones, en los distintos perfiles de WhatsApp, Telegram, etc. Sería justo también declarar un luto oficial por esta catástrofe. Qué menos. Se está tardan-do.¿Acaso no es políticamente correcto manifestar el dolor por tantas muertes y dramas familiares? Las tragedias no han de entender de política.
Un minuto de silencio como homenaje a los fallecidos por el coronavirus y a sus familias.