Sé que en circunstancias como las que estamos padeciendo, siempre hay iluminados que nos demuestran que lo que le pasa a este país, por la parte que me toca, no tiene remedio.
También sé que el fondo de este articulo va a levantar ronchas a más de uno y que, por no entender de qué va la cosa, a mí me van a poner bonito, algo que sinceramente y a estas alturas de mi vida, me importa bastante poco.
Lo que la pandemia de coronavirus ha puesto de manifiesto, mas allá de que el ser humano es bastante más débil físicamente de lo que alguno se cree, es que la debilidad manifestada a la hora de defenderse contra el bicho no es, ni de lejos, la física sino la mental.
En este tipo de situaciones, donde se pone al limite la capacidad, tanto física como mental, del ciudadano, hay varios tipos de personas en función de su comportamiento a la hora de atacar el problema, los que hacen bien las cosas porque están convencidos de que deben hacerlas así, los que las hacen bien aun no estando convencidos de ello, vamos por obligación, y los que pasan olímpicamente de todo, se creen más listos que nadie y piensan que lo que para los demás es una obligación, para ellos es un juego.
Cuando veo como actúan algunos, demasiados para lo que debería ser, ante el confinamiento al que el gobierno nos ha ordenado, como única forma posible de paliar el contagio y la consiguiente expansión del virus, me doy cuenta de por qué nuestro país no va a salir adelante ni de esta, ni de ninguna otra crisis que nos asole en el futuro.
Muchas de las medidas que se deben tomar, la mayoría, para solucionar crisis como esta, son medidas políticas, es decir, que quien las tiene que tomar son sujetos, empleados, elegidos por los ciudadanos cada cuatro años.
Es decir, que quienes tienen la responsabilidad de sacarnos del pozo en el que ¿alguien? nos ha metido, son personas elegidas por los tres tipos de ciudadanos a los que me he referido al principio.
Bueno pues aquí está el verdadero problema que tenemos en España.
Lo malo de la democracia, o mejor dicho, el torticero efecto que la democracia tiene para el buen funcionamiento de una sociedad, es el hecho de que todos los votos valen lo mismo, independientemente de quien sea el vecino que lo meta en una urna.
Que conste, para que le quede claro al que me ve a poner a parir, que me da igual si el voto va a la derecha, a la izquierda, a independentistas, zumbados o a cualquier extremo de los que habitan el poblado panorama político patrio. No se trata de ideologías, que perturbados los hay a diestra y siniestra, se trata de que indocumentados neuronales sin más ansia en la vida que hacerse un selfie violando el confinamiento mientras pasean una gallina y se lían un canuto, para después subirlo a Instagram para mayor gloria del resto de sus colegas, son los que quitan y ponen presidentes y vicepresidentes en el gobierno de la nación.
Cuando el voto de uno de estos vale lo mismo que el de alguien que, aun sin estar convencido, cumple las normas, entonces es cuando la sociedad tiene un problema muy serio.
Sé que es una utopía absoluta el pretender que los votantes, el día que ejercen su legitimo derecho, sepan, o cuando menos se lo hayan leído, cual es el proyecto que cada partido presenta para gobernar nuestro país.
Pero si sé que determinadas situaciones se solucionarían evitando que, aquellos a los que la sociedad les preocupa poco o nada, tuvieran la posibilidad de influir con su voto a la hora de elegir a determinados personajes.
La pena que se les debería imponer a aquellos que se pasan la legalidad por el arco del triunfo, con el daño que esta actitud le causa a la sociedad en su conjunto, debería ser proporcional a su capacidad mental a la hora de actuar.
Para que les quede claro, en función del delito cometido, además de la cárcel si procede, la multa, la devolución de lo robado cuando sea menester, la sentencia impuesta debería ir acompañada de una imposibilidad de ejercer el derecho a votar, un derecho que no deberían tener al incumplir las obligaciones por las que han sido sancionados.
Puesto que demuestran con sus actuaciones que el bien de los ciudadanos les importan menos que el futuro de los autónomos a Pablo Picapiedra, el derecho a elegir les debería importar lo mismo, sin obligaciones no puede haber derechos y si no quieres lo primero no puedes gozar de lo segundo.
Como ejemplos, el tarado que se graba en Tenerife mofándose de todos aquellos que, cumpliendo con lo ordenado por el bien ciudadano, nos quedamos en casa, el que saca a pasear una gallina como excusa para salir a la calle, los que organizan una orgia saltándose todas las medidas impuestas, los que se empeñan en irse el finde al pueblo como si estuviéramos de vacaciones y muchos otros que consideran que las obligaciones no van con ellos, porque son los más listos de la clase.
Pero para que quede claro que esto no es solo por la crisis del coronavirus, la imposibilidad de votar la extendería a Urdangarines, Borbones, Condes, Bárcenas y todos aquellos que, en la creencia que su posición en la sociedad les hacia intocables, se han dedicado a robar, esquilmar, estafar, defraudar, evadir y todo el amplio catalogo de delitos contemplado en el Código Penal.
Estos últimos quizás tengan, que lo tienen, mas delito que el tonto de la playa de Tenerife, pero si por esas casualidades de la vida, que pasan con más frecuencia de la que sería razonable, este tarado es elegido presidente, imagínense ustedes el panorama. Si PS, PI, PC y SA han llegado donde lo han hecho, no descarten que el playero descerebrado también pueda hacerlo, que todo es posible en la Viña del Señor.