El funeral que ha tenido este miércoles Jerónimo Saavedra ha sido el correspondiente al que para muchos pasará a la historia como el personaje más importante e influyente de la historia de Canarias.
Desde que se conoció su muerte este martes, no ha habido otra cosa que un unánime reconocimiento público y privado de la valía de un ser humano que está y seguirá estando en el pensamiento colectivo y en los libros que se estudiarán en las escuelas por lo mucho que hizo.

Desde primera hora de la mañana, según han explicado a Crónicas varios amigos de Lanzarote que se han desplazado a Gran Canaria en el primer vuelo de la jornada, han desfilado un sinfín de ciudadanos por el improvisado tanatorio en el que han convertido a las Casas Consistoriales de la ciudad de Las Palmas. Todos, pasando ante el féretro que estaba custodiado por dos policías autonómicos con el traje de gala con solemne respeto y admiración, con la idea de dar su último adiós a alguien que se ha ido en cuerpo pero que permanecerá para siempre en alma.

Decenas de coronas que fueron llegando de todas partes, sus compañeros masones haciendo acto de presencia. Nadie, absolutamente nadie, se quiso perder una despedida digna de un jefe de Estado. En la puerta, con gesto serio y luto riguroso, numerosas autoridades, entre las que destacaba la figura del nuevo ministro de Política Territorial, su compañero de partido Ángel Víctor Torres, el actual presidente del Gobierno regional, Fernando Clavijo, su vicepresidente y líder del Partido Popular (PP) en Canarias, Manuel Domínguez, la presidenta del Parlamento de Canarias, la lanzaroteña Astrid Pérez, la alcaldesa de Las Palmas, Carolina Darias, ex presidentes autonómicos como Paulino Rivero o Román Rodríguez, y un largo etcétera imposible de nombrar en una crónica de este tipo.

El ataúd salió entre vítores y aplausos del respetable, que se olvidó de la solemnidad para que las palmas retumbaran en toda la plaza. Era lo menos que se merecía alguien que no ha pasado precisamente desapercibido por este singular Valle de Lágrimas. Alrededor del coche fúnebre, agentes de la Policía Local de la ciudad de la que también fue alcalde y agentes de la Policía Autonómica. De allí, sin que pararan los aplausos, al entierro que se hizo posteriormente en el cementerio de Vegueta.